Cada ser humano, atendiendo a su formación en todas las áreas de su vida, va impregnando y plasmando su propia personalidad, la cual es manifestada en su forma de actuar o reaccionar ante cada estímulo, dentro de la sociedad en donde se desenvuelve. Es así como vemos: el perfil del violento, del iracundo, del hostil, del perverso, del malicioso, del engañador, del mentiroso, del altanero, etc. Y todos estos, con sus respectivas manifestaciones traducidas en obras malignas, que van desde las menores, como intenciones, hasta crímenes, robos, violaciones, secuestros, aberraciones, etc. Pero además, los habrá de un carácter apacible, benevolente, misericordioso, pacífico, honesto. Con sus respectivas buenas obras, como el pensar bien para los demás, dispuesto a toda buena obra, definido siempre para el bien, etc.

Cada uno actuará y proyectará todo su entorno, provocando la transmisión de lo que realmente los maneja, que es un espíritu: el del maligno o el de Dios, respectivamente. No cabe duda, somos lo que la sociedad ha implantado en nuestras vidas, mediante vivencias de diferente índole dentro del hogar, las escuelas, las religiones y por qué no decir en “la calle”. Atendiendo a todo esto, pensemos en que cada uno de nosotros llevamos dentro, un poder sobrenatural, el cual habrá de manifestarse a toda luz, impactando a todo ser que esté alrededor nuestro, incluyendo aun a las especies inferiores.

Tanto es esto, que a través de liderazgos muy fuertes se llega a impulsar a grupos, sociedades o países completos, a seguir corrientes y políticas violentas que han de culminar aun con guerras y prácticas aberrantes, con crímenes de lesa humanidad. Hasta en los concursos o eventos deportivos, como el futbol y otros, en donde son movidas sendas masas de hombres hacia la violencia, mediante el dominio y la “psicosis colectiva”, provocada y persuadida por quienes organizan y motivan con su espíritu, moviendo diferentes esclavitudes inducidas, asociadas a verdaderas hordas satánicas, las cuales terminan tomando el dominio total de los hechos. Leamos: “…y el mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn.5:19).

 

¿Qué es ministrar?

En una de sus acepciones, se refiere en el dar o suministrar algo a alguien, hasta llegar a administrar la vida y acciones de una persona. En este sentido, hemos sido ministrados ancestral y culturalmente, con la consecuencia personal de genes de pecado y de maldad, a lo cual dice David: “He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre” (Sal. 51:5).

Qué importante es saber todas estas cosas, ya que cada uno de nosotros, voluntaria o involuntariamente, impactamos la vida de cada uno de nuestros hijos y de los que nos rodean. ¡Entiendes ahora padre o madre de familia! la verdadera importancia que debe de tener para ti, el hecho del dominio que mediante el Espíritu de Dios, esté personalizado y cause una influencia positiva a la manera de Jesús, quien vino a mostrar un estilo de vida y una nueva forma de cultura, que como principal baluarte fuera la humildad y la mansedumbre, leamos: “…y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón…” (Mt. 11:29). “Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a quienes os maldicen, y orad por los que os calumnian. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues…” (Lc. 6:27-29). Cristo, en este maravilloso contexto nos muestra cómo sus discípulos, siendo los doce totalmente diferentes en cuanto a personalidad, con cunas y cultura ajenas el uno del otro, fueron ministrados tan poderosamente por él, al extremo que lo dejaron todo, así como el Maestro lo entregó todo, incluyendo su vida.

Esto es sumamente importante, ya que si nos damos cuenta, nosotros al ministrar malos espíritus, manifiestos en nuestro actuar, no sólo estamos mal nosotros, sino que hacemos mucho daño al proyectar nuestras obras en alguien más. Leamos: “Dijo Jesús a sus discípulos: Imposible es que no vengan tropiezos; mas ¡ay de aquel por quien vienen! Mejor le fuera que se le atase al cuello una piedra de molino y se le arrojase al mar, que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos” (Lc.17:1-2). En ese sentido, qué importante es que cada uno de nosotros seamos capaces de analizar nuestras obras y que realmente estas correspondan al Espíritu que Cristo ministró, poderosamente, en todos sus semejantes. Considerando que hasta el día de hoy, después de más de dos mil años, sigue viva la llama de la influencia del bien que él trajo para desplazar las obras del maligno.

Amado amigo y hermano en la fe en Cristo Jesús: ¡Supliquemos intensamente! con clamor y lágrimas, el poder cambiar nuestro carácter y personalidad, los cuales están íntimamente ligados al alma misma, ya que de no cambiar podría ser condenable, porque: “…si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Ro. 8:9). Estamos siendo juzgados y analizados por millares de testigos, los cuales son afectados e inducidos a seguir nuestras pisadas, principalmente aquellas pequeñas mentes limpias e inocentes como los niños; de quienes quizás somos sus líderes personales, y los cuales han de imitar nuestra forma de hablar, vestir, caminar y conducirnos dentro de la sociedad. Entonces: ¡Si eres cristiano, se como Cristo y vístete de Cristo! Todos los días de tu vida, para la gloria del altísimo y beneficio de todos. Amén y Amén.