“Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá (Cristo Jesús) sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios” (2 Ts. 2:3-4). Nosotros que vivimos en este actual contexto social, nos abruma y escandaliza la condición a la que está llegando la sociedad; el alto número de homicidios y cuales más violentos y numerosos, que llenan las portadas de los periódicos del mundo. Esto no tiene freno.

Pareciera que se ha salido del control de las autoridades el frenar esa tasa de muertes que cada día, en lugar de bajar, sube y aun en aquellos países que se precian de civilizados y seguros. Y esta situación, va de mal en peor. Los niveles de corrupción no tienen límite alguno, ya que invaden las estructuras sociales desde las más simples hasta las más complejas. El amor al dinero ha corrompido a todos los hombres a todo nivel, leamos: “…desde el más chico de ellos hasta el más grande, cada uno sigue la avaricia; y desde el profeta hasta el sacerdote, todos son engañadores” (Jer. 6:13). Y pregunta el Señor: “¿Se han avergonzado de haber hecho abominación? Ciertamente no se han avergonzado, ni aun saben tener vergüenza…” (V. 15) Se responde él mismo.

Dentro de la estructura burocrática de los países, partiendo de la base y llegando hasta las más altas esferas, esta maldición de corrupción, cual plaga endémica, avanza implacablemente infestando a todos de robos, actos inmorales, latrocinio, ambiciones políticas, nepotismo, malversación de fondos, etc. Pero este mal no sólo está en las esferas gubernamentales sino también privadas; todo está contaminado. Ya no se diga la familia. Este ha sido uno de los elementos de la sociedad que está sufriendo el deterioro más grande: la pérdida de la lealtad, la contaminación sistemática a la que son sometidos los niños con información, que en generaciones pasadas podría calificarse de clasificada, hoy es de dominio público. Y lo peor del caso, es que los mismos padres contribuyen a alimentar esa esclavitud, comprándoles los aparatos para que se “entretengan”, porque ellos no tienen tiempo para sus hijos.

La unión sexual libre, fuera del matrimonio, como lo establece Dios en su palabra, está volviendo anacrónica la unión matrimonial. No hay solidez en el matrimonio actual, la libertad sexual lo está destruyendo. Pero el colmo de las decisiones más aberrantes que ha aceptado la sociedad moderna es el matrimonio homosexual: hombre con hombre, y mujer con mujer se casan o se unen “legalmente”, y hasta con derecho de ¡adoptar hijos! ante la incapacidad natural de procrear. Y se cubren con el marco legal que les da “los derechos humanos”, haciendo a un lado de tajo, los principios del creador del hombre, DIOS: “Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen; estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad…” (Ro. 1:28-29). Dios ha sido expulsado de los hogares de la sociedad moderna. No se leen las Sagradas Escrituras, mucho menos orar en familia, o que los padres tomen el papel de ser ejemplos vivos de la práctica del evangelio. En el trazo imaginario de la escatología bíblica, nos encontramos justo en este momento, tan cerca de la venida del Señor, como usted, mi querido lector, no se imagina.

 

La obra maestra del diablo

A lo largo de siglos de siglos, Satanás ha venido trabajando pacientemente, con la complicidad del hombre, su obra maestra: el hijo de pecado o el hijo de perdición. Lentamente, pero seguro de su propósito, ha ido diezmando los cimientos de la fe espiritual del hombre. Por cierto, fue un valor especial que Dios puso en su criatura cuando la creó. Por eso, de generación en generación el hombre busca sus orígenes en algún ser espiritual, superior a él mismo. Escarbando, rebuscando en sus orígenes por ver si lo encuentra. Esto no lo hacen los animales, pues no les fue dada esa capacidad.

Siendo Satanás un ser espiritual, sabe muy bien quién es el origen de todas las cosas. Y definió su estrategia de confusión para con el hombre, haciendo que legiones de ángeles caídos, que ya en una oportunidad fueron tentados y conquistados por el mismo Satanás en los cielos, indujeran a la humanidad a desviarse de lo espiritual, haciendo creer al hombre que lo material, lo que vemos, tocamos, sentimos y saboreamos, es lo más importante. El hombre está perdiendo la sensibilidad espiritual para convertirse en un ser eminentemente materialista, fijando sus metas de existencia, sólo en lo que ve y toca.

El diablo le ha hecho creer al mundo, que “sólo el hombre salva al hombre”. Que no necesita de Dios, ya que tiene la suficiente capacidad para valerse por sí mismo. Que tiene el suficiente potencial y creatividad para prescindir de cualquier poder externo, entiéndase Dios, y mucho menos su Hijo Jesucristo, el cual es rechazado hasta por el mismo pueblo de Israel. Es más, se ridiculiza la fe y la moralidad bíblica. La humildad que pregonó Jesús, es ofensiva para el hombre natural habituado a la soberbia. Es ridículo ajustarse a los principios éticos de las Sagradas Escrituras, tales como: amar al enemigo, dar de comer al hambriento, no robar, perdonar a los que te ofenden, no amar al mundo, dar la otra mejilla al que te golpea, etc.

Por todo esto, no nos extrañamos que el mundo esté como está. Y cosas peores vamos a ver mientras Cristo no venga. El hijo de perdición ya está formado y contamina toda la tierra. No sea contaminado usted. No aprenda las costumbres del mundo. Seamos diferentes por medio del poder del Espíritu Santo de Dios, quien al momento lo detiene (2 Tesalonicenses 2:6-8). Dios le bendiga hoy y siempre. Amén.