El término egoísmo hace referencia al amor excesivo e inmoderado que una persona siente sobre sí misma y que le hace atender desmedidamente su propio interés. El egoísta no se preocupa por el interés del prójimo y rige sus actos de acuerdo a su absoluta conveniencia; sólo él es importante. Este término, deriva de: «ego», que es la instancia en la que alguien se hace conciencia propia, reconociendo quién es él, su yo. Es, además, interesante que la persona egoísta es capaz aun de hacer buenas obras. Pero lamentablemente, en el fondo siempre espera algo en retribución. El egoísta buscará siempre el hacerse respetar mediante actitudes autoritarias, menospreciativas, leyes extremas, aun con griterías y humillaciones a sus semejantes, encontrando de esta manera, la disconformidad de los demás.

Todo esto al final lo hace una persona infeliz y aislada de la sociedad. En oportunidades usa la manipulación mediante la lástima hacia él mismo y lastima groseramente, aun a los que más le aman. Le es difícil amar, porque al amar habrá siempre algo que dar o perder. No admite errores y pide disculpas de trámite, sin reconocer errores.

Hace muchos años, caminando entre las veredas de una montaña, vi ante mis ojos el espectáculo de una nutrida ardilla, quien luego que por uno de su especie, le fuera arrebatada una nuez, la peleó y al no conseguir su victoria, empezó a revolotear sobré sí misma al borde del camino y luego de esa lucha contra ella misma, literalmente murió. Caminábamos con un anciano y le pregunte qué pasaba, a lo que me respondió: este animalito murió del corazón, porque al no aceptar su derrota se manifiesta tan contrariada que sólo la muerte es capaz de frenar semejante situación. La persona egoísta aunque se arruine a sí mismo, jamás aceptará perder algo, aunque pierda el honor y lo más amado; y quedando solo, muere, como un ente antisocial.

Esta elocuente descripción, aunque parezca dramática, es más que real en aquellas personas egoístas, las cuales lastiman a la sociedad misma. Pero si analizamos a la luz de la palabra de Dios, el egoísmo es totalmente antagónico al amor al prójimo. Y si vemos en el ministerio del Señor Jesús, su enfoque y su prédica van encaminadas a dar, y a dar sin esperar nada a cambio: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Fil. 2:3-5).

Además, en este orden de ideas, las Escrituras afirman acerca de la negación a nosotros mismos, lo cual es totalmente antagónico al egoísta -actitud normal en el hombre que realmente no ha sido lleno del Espíritu-, y vemos el caso de Pedro, quien no pudiendo ver el bienestar de toda la humanidad a través del sacrificio y muerte del Señor Jesucristo, al manifestar que tenía que partir, actúa egoístamente tratando de reconvenir al Señor en su labor salvífica, leamos: “…Entonces Pedro le tomó aparte y comenzó a reconvenirle (para que no fuera a la cruz y para que se quedara sólo para ellos) Pero él, volviéndose y mirando a los discípulos, reprendió a Pedro, diciendo: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! (adversario, que va en contra) porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en la de los hombres” (Mr. 8:32-33). Pero además, recomienda una actitud de desprendimiento y negación, al decir: “…Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (V.34).

También, a lo largo de todas las Escrituras, Dios nos enseña acerca del amor hacia él y al prójimo, diciendo: “…amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas (…) Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo…” (Mr. 12:30-31). Algo muy importante es que el hombre egoísta no admite ni el amor de Dios mismo, mucho menos el de sus semejantes, ya que en su corazón y en su mente no hay espacio para nadie más. Aunque se le explicara y se le enseñara, nunca entenderá, únicamente si Dios en su infinita gracia y misericordia, nos abre a un entendimiento espiritual, mediante un nuevo nacimiento por obra del Espíritu Santo. Además, dice la palabra: “Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación. Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperaban, cayeron sobre mí” (Ro. 15:2-3). ¡Gloria a Dios!

Mi muy querido y amado hermano, con todo lo que para Dios es abominable el egoísmo ¿crees que es bueno el seguir adelante en esta perversa manifestación satánica? O más bien ¿No crees que sea mejor el humillarnos delante del que todo lo sabe, que es nuestro Dios? Creo que vale la pena analizar nuestras propias actitudes alrededor del egoísmo. Y roguemos el poder vivir para amar y servir a nuestro prójimo sin esperar nada a cambio, sabiendo qué gran ejemplo tenemos en nuestro Señor, quien habiéndolo dejado todo, vino a dar su vida por nosotros pecadores. ¡A él sea la gloria, la honra y la alabanza por siempre! Y líbranos Dios mío, de la perversa y maligna actitud del despreciable egoísmo. Así sea. Amén y amén.