En el transcurrir de la vida, en más de alguna oportunidad, he escuchado a muchos expresar: ¿Y si el diablo se arrepiente, Dios lo perdona? ¿Podría salvarse el diablo si cambia? Pues quiero decirte mi amado amigo y hermano en Cristo, que el diablo “ya está condenado”. Y lo único que falta es que su sentencia sea ejecutada. Leamos: “Y cuando él venga (el Consolador), convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio (…) por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (Jn. 16:8-11). “Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros” (Ro. 16:20).

Y esto que aún se manifieste con libertad, es debido a que actualmente cumple una función formativa y temporal, de parte de Dios, para con sus escogidos. Y es precisamente, para probar el amor y la fidelidad de aquellos que más adelante, mediante un exhaustivo forjamiento, ocuparemos las plazas vacantes que dejaron aquellos ángeles caídos en el cielo, los cuales perdieron su dignidad al haberse asociado y obedecido al espíritu del diablo o Satanás. Es, entonces, muy importante para nosotros, conocer profundamente quién es el diablo: nuestro enemigo a muerte, el cual nunca descansará hasta vernos derrotados.

Este término diablo, viene del griego “diábolos” que significa calumniador. Y Satanás, como adversario o acusador, desde las referencias de Génesis, se considera una entidad negativa que seduce, provoca e induce a los humanos al pecado o la falsedad, para alejarnos del Dios eterno. Y para su labor, emplea a demonios, sus aliados, ya condenados también, los cuales paulatinamente poseen las mentes y almas de los hombres, hasta controlar totalmente sus acciones y reacciones.

Es de considerar además, a este ser, la figura totalmente opuesta o contraria a Dios. “Dios es luz y Satanás es oscuridad”. “Dios es verdad y justicia, y Satanás es mentira y falsedad”. “Dios es vida y Satanás es muerte”. Y este antagonismo total, originado en la soberbia, el odio y rencor hacia Dios mismo, lo hace extensible a nosotros, que somos seres creados por Dios con un propósito de eternidad junto a él, mediante un perfeccionamiento en este mundo. Para afirmar un carácter y personalidad conforme al espíritu de perfección y amor, que es la naturaleza misma de él.

Satanás vino a este mundo a “matar, robar y destruir”. No conoce la piedad, la misericordia, el amor ni la gracia; no es esa su naturaleza. Estas características son inherentes y en exclusividad en nuestro buen Dios. Y en la manifestación de su Hijo Jesucristo, en amor y por medio de su Espíritu, las trasladó a nosotros como una gracia, un regalo y un don inmerecido, ya que éramos juntamente con Satanás y sus demonios, reos de muerte, sin esperanza alguna. ¡Bendita gracia divina!

Conociendo, entonces, la perversa personalidad de este ser extraordinariamente malvado, es importante conocer sus diversas estrategias destructivas y fatales para el hombre y toda la creación. Las Escrituras muestran claramente el perfil y todos sus métodos para orillarnos al pecado, que es estar en contra de las leyes y principios divinos, lo cual nos aleja indefectiblemente, de la presencia del Dios vivo, santo, verdadero, creador de todo lo existente y para ello, leamos: “Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras” (2 Co. 11:14-15).

En este pasaje se nos evidencia que en lo más sublime para el hombre, como lo es la religión misma, Satanás opera mediante demonios vestidos de obreros y apóstoles de Cristo. Entonces, estamos saturados a todo nivel de verdaderas redes bien estructuradas de maldad, con múltiples variantes de inducción al pecado.

Amado hermano y compañero de batalla, tenemos que estar bien convencidos: el diablo o Satanás nunca jamás cambiará. Sólo se esconde, se agazapa, cambia de traje, máscara y estrategia. Espera a veces mucho tiempo; parece que ya se dio por vencido. Como que ya no es tan peligroso. ¡Jamás, jamás de los jamases! El diablo nunca se dará por vencido. No le demos tregua, no bajemos la guardia, estemos alertas. Va a volver, seguro que va a volver. No descansará hasta verte fracasado y hundido en el pecado. Y el pecado radica en la desobediencia, la rebeldía y todo lo demás, como las iras, envidias, contiendas, mentiras, odio, fornicación, etc. Y estas, son sólo las manifestaciones evidentes de las posesiones demoníacas. Pero afirmo: el pecado original es el mismo y el provocador seguirá aún siendo el mismo.

Iglesia del Señor, acerquémonos a la luz para reconocer en cualquier manifestación al diablo, así como a sus demonios, leamos: “Mas todas las cosas, cuando son puestas en evidencia por la luz, son hechas manifiestas; porque la luz es lo que manifiesta todo. Por lo cual dice: Despiértate, tú que duermes, Y levántate de los muertos, Y te alumbrará Cristo. Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor” (Ef. 5:13-17).

Estamos además, en las postrimerías de los tiempos, en los cuales el maligno está usando excepcionalmente todo su armamento destructivo para anular mediante la apostasía y el pecado, todo principio afín a los valores eternos en Dios. ¡Ánimo iglesia! Cristo venció y también nosotros venceremos en él y por él. No desmayemos, sigamos adelante. Así sea. Amén y Amén.