Uno de los males más arraigados y fatales para esta generación es la idolatría, la cual se estableció poderosamente en el alma misma. Y uno de los principios y columnas estructurales de una creación diseñada por Dios para depender exclusivamente en todas las líneas de sustentación de él mismo, es este: “Reconoced que Jehová es Dios; El nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos…” (Sal. 100:3). Mientras Adán anduvo cerca de su creador todo iba muy bien. Este tenía libertad, discernimiento, amor, equilibrio, sabiduría, inteligencia, etc.

Además, toda su veneración era al “único y solo Dios”, al cual admiraba y conocía; él era su fuerza y sustentación total. Estaba en lo perfecto, arraigado en el poder más excelso que nunca jamás existiría. Sus leyes y principios perfectos sostienen a todo ser o criatura existente. Además, Dios le dio vida, porque en él está la vida misma. Adán era: “monoteísta” (del griego monos, igual a uno solo; y Theos, Dios). Estoy seguro que en esta dependencia hubiese sido eterno.

Adán menosprecia a su único y omnipotente Dios e inicia una carrera de inestabilidad sistemática en todas las áreas de su vida. Volviéndose vulnerable indiscriminadamente, a cualquier influencia espiritual de las diferentes esferas y jerarquías satánicas. Estas en adelante, se habrían de manifestar dando soluciones parciales a los problemas cotidianos de aquel ser, ahora indefenso. Y que ahora ve, no a un Dios poderoso y omnipotente, sino a muchos “diositos”, en representación de imágenes de animales, del sol, de la luna, del mar, de los planetas, etc.; hasta verdaderas creaciones diabólicas y perversas, monstruos extraños y fenómenos sobrenaturales.

Se postra ante ellas y les rinde culto, alabanza y sacrificios, aun humanos, etc. Esta adoración múltiple se denomina: “politeísmo” (adoración a muchos dioses). Esta forma de culto, basada en la mentira satánica y el engaño, diluye el poder en pequeñas partículas y hace de los hombres, seres frágiles y esclavos dependientes de los demonios. La idea del politeísmo es verdaderamente satánica y vital para el dominio de la raza humana, la cual terminará hasta condenar el alma de  los seres humanos.

Todas las razas y culturas que descendieron de Adán eran eminentemente politeístas. Hasta que Dios elige a Abraham, quien vuelve, después de muchas generaciones, a dimensionar en su mente y corazón a “un solo y único Dios”, que se manifestó escogiéndolo y aun nombrándolo como: “amigo de Dios”, porque creyó “esperanza contra esperanza”. Y Dios le hizo padre de muchas naciones. Aquí “renace” la idea original monoteísta presentada a Adán, la cual abraza la visión precisa de un solo Dios, creador de todo lo existente. Amo y Señor de todo lo creado. Justo, infalible, sabio y perfecto.

Esta concepción de la naturaleza divina, hace que mi culto, mi ofrenda, alabanza y adoración, de ser aceptadas, me incluyan como el único pueblo escogido por Dios desde antes de la fundación del mundo. Y esta nueva generación del monoteísmo, tiene un argumento inamovible que es la fe. Externada en el testimonio de vida de Abraham y acuñada con decisiones radicales hasta el día de hoy, mediante la fe en Cristo Jesús, leamos: “…solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, UN DIOS Y PADRE DE TODOS, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (Ef. 4:3-6).

Entonces, en el pueblo de Israel y ahora también en nosotros, el valor más poderoso como principio eterno, antes de considerar algo más, es lo dicho tanto en el Antiguo Testamento, como también por el mismo Señor Jesús: “…El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, EL SEÑOR UNO ES” (Mr. 12:29). Y después de esta consideración ineludible de la unicidad de Dios, avanza en el fundamento o mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas y dice: “…amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es EL PRINCIPAL MANDAMIENTO” (V. 30). (Léase también Deuteronomio 6:4-5).

En esto se nota que la intención más profunda de Dios para su pueblo es llevarlo o regresarlo del politeísmo, al original, al poderoso concepto monoteísta. Y con esto romper toda obra satánica de un Dios dividido. Sin embargo, el maligno no se da por vencido. Y ya establecida firmemente la iglesia cristiana, fundada por Cristo y sus discípulos, con el fundamento de “un solo Dios”, se infiltra en Roma, en donde se desarrolla inicialmente la cultura cristiana y las ideas politeístas de los griegos, babilonios, persas y muchas de las culturas paganas más cercanas y con prácticas rituales anticristianas.

Sin embargo, surge la convocatoria de Constantino, con cerca de 1,800 clérigos, representativos de las muchas líneas ya torcidas de grupos que se llamaban cristianos. Y en el concilio de Nicea, en el año 325 D.C., entre muchas otras unificaciones se infiltra una poderosísima doctrina, la de “LA SANTÍSIMA TRINIDAD”. Que es una de las doctrinas más arraigadas en los términos religiosos, la cual es volver al politeísmo. A un Dios dividido en tres, bajo el engaño de una unidad muy recóndita que no tiene sólida sustentación bíblica.

Aun la revolución de Lutero, la cual pudo rescatar ese valor en cuanto a la unicidad de Dios, queda sujeta firmemente a la idea de un “Dios trino”. Y hasta el día de hoy, son pocas las iglesias que pueden reconocer el poder en la unicidad del Dios eterno. Y la corriente religiosa más fuerte seguirá con el velo puesto. Y como consecuencia, en la debilidad de un politeísmo enmascarado, creado astutamente por el mismo Satanás.

Amado amigo y hermano, quizás esta doctrina tan arraigada, sea difícil de aceptar en nuestra mente y corazón, formada en una cultura errática, bien lograda por generaciones. Error en el que todos hemos estado algún día. Pero entiendo, que conociendo la verdad seremos verdaderamente libres. Que Dios mismo con su Espíritu nos convenza de toda justicia y verdad. Así sea. Amén y Amén.