Hay un principio divino que parte desde la formación del hombre en el origen de todas las cosas. Y es parte del plan maestro de nuestro Dios creador, el cual en su presciencia, sabía quiénes serán sus hijos. Estos abrazarán su palabra como su guía, lumbrera y brújula que los guía por este tortuoso camino, hacia la salvación del alma. Y el Espíritu Santo de Dios los conducirá, proveyéndoles poder y discernimiento, en ese conocimiento adquirido. Leamos: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien…” (Ro. 8:28). Dice “todas las cosas”. Esto indica que absolutamente todo lo que pueda acontecer en la vida de un fiel creyente, está bajo el control de Dios. Que no hay nada que pase en tu vida, en donde la mano misericordiosa de Dios no esté interviniendo.

Debemos de comprender que tanto lo bueno como lo malo que me acontezca, es parte de ese proyecto divino de formar en mí la imagen de su amado Hijo Jesús, leamos: “¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó? ¿De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo bueno?” (Lm. 3:37-38). La esposa de Job, ignoraba la voluntad de Dios formando una nueva criatura en él. Y Job, en su dolorosa prueba, le dice: “… ¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? En todo esto no pecó Job con sus labios” (Job 2:10). En medio de semejante circunstancia, aquel santo varón de Dios no pecó ni encontró despropósito alguno de Dios en su vida. Y haciendo uso de la paciencia, esperó a que Dios completara su obra en él.

A lo largo de nuestra vida, nos enfrentamos a una serie de acontecimientos que dejarán huellas profundas en nuestra conciencia y servirán para moldear nuestro ser interno; y así, Cristo se está formando en nosotros. Estas experiencias pueden presentarse aun antes que tengamos conciencia de Dios, pues el altísimo ya sabe cuál es nuestro destino. Por lo tanto, desde el vientre de nuestra madre nos conoció y comenzó la buena obra en nuestras vidas. Puede haber muchas experiencias, que de niños no entendimos por qué se dieron; las venimos a comprender cuando conocemos los propósitos de Dios para con nosotros.

Dice el Señor: “…Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste (…) yo Jehová (…) que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto” (Is. 45:5-7). ¡ALELUYA! Esto da confianza y paz en medio de la adversidad. Porque comprendemos que no estamos solos ni debemos sentirnos desamparados. Es que Dios mismo está labrando el hombre interior, creado según él para toda buena obra.

Mi amado hermano, la paciencia se alimenta de la esperanza; y la esperanza se fortalece en la fe. Por lo tanto, debemos fortalecer nuestra fe en el poder del Santo Espíritu de Dios. Esa fe que no avergüenza, sino que nos vuelve valientes en el poder del Señor. No temamos de lo que pueda hacer el hombre y aun Satanás mismo, pues Dios tiene el control de todo. Sólo seamos pacientes, porque el Señor dijo: “Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas” (Lc. 21:19).

 

Todo tiene una razón

La Biblia nos enseña una serie de ejemplos de hombres que vivieron situaciones bien complicadas y difíciles, que en su momento no lo entendían. Y hasta recurrieron a artimañas para salir airosos de aquellas incómodas experiencias, que al final serán para beneficio no sólo del personaje sufriente, sino también para el resto del pueblo. Veamos algunos ejemplos:

  1. José, hijo de Jacob, nacido en la vejez de su padre. Fue muy amado de Jacob y esto despertó tal envidia en sus hermanos, que lo lanzaron a un pozo seco con la intención de dejarlo morir. Pero optaron por venderlo a unos mercaderes, quienes lo vendieron a Potifar, un alto funcionario de Egipto. Después, la esposa de Potifar se enamoró de José y lo acusó de intento de abuso, cuando él se negó a acceder a su intención pecaminosa. José pasó en la cárcel varios años, hasta que fue llamado por Faraón para que interpretara un sueño profético. Esto le permitió ser el segundo después de Faraón. Y al final vino a ser el vehículo de bendición que Dios usó, para preservar a todas las tribus de Israel de la tremenda hambruna que se desató en aquella época.

¿Fue casualidad? ¿Será que José entendió desde el principio de sus sufrimientos el plan de Dios? No, no entendió el desarrollo del plan de Dios para José y su pueblo Israel. Leamos las palabras de José a sus hermanos al final: “Y Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación” (Gn. 45:7).

  1. Moisés, el gran profeta y libertador de Israel. Perseguido por la muerte desde el día de su nacimiento. Fue preservado por la mano de Dios y rescatado de las aguas del Nilo, por la hija de Faraón. Vivió como hijo de Faraón, rodeado de lujos y comodidades. Pero a los cuarenta años, tiene que huir al desierto por haber asesinado a un egipcio. De repente, su estatus cambia. De hijo de Faraón, se convierte durante cuarenta años en pastor de ovejas en el desierto; acostumbrándose a las penurias y escaseces de ese estilo de vida. Pasando de la soberbia de ser hijo de un Faraón, a ser el hombre más manso de la tierra. Pero esto, por lo que padeció y sufrió, hasta el día que fue llamado por Jehová para que libertara a su pueblo esclavo en la tierra de Egipto.

¿Fue casualidad? ¿Entendió Moisés la razón de sus padecimientos y sufrimientos en el desierto? No, mi amado hermano. Pero al final lo comprendió y glorificó a Dios cuando vio a su pueblo libre de Faraón.

Y qué más podría escribir sobre David, perseguido por el rey Saúl. Daniel en el foso de los leones. De Sadrac, Mesac, Abednego y Belsasar, en Babilonia. Elías, perseguido por Jezabel, etc. Y ya no digamos de mi Salvador Jesús, que por lo que padeció vino a ser autor de eterna salvación.

Mi querido hermano, muchas veces nos toparemos con estas interrogantes: ¿por qué me toca sufrir así, o padecer esto, o llevar esta carga? ¿Será que Dios me ha abandonado, será que me oye Dios? “¿Dirá el barro al que lo labra: Qué haces?; o tu obra: ¿No tiene manos?” Dios tiene el control de todo. Que Dios les bendiga. Amén.