Iglesia, no olvidemos que estamos en el tiempo del fin y el diablo se manifiesta con fuerza, astucia y sutileza, para engañar a las almas y llevarlas al infierno. La ciencia, la carne y las glorias vanas, atraen al hombre; así como el amor al dinero, que es la raíz de todos los males que se dan en el mundo que está bajo el maligno. La ciencia aparece desde Génesis donde el enemigo de Dios ofrece que, con la ciencia que engaña, el hombre será como Dios. Por eso Pablo le dice a Timoteo: “…guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia, la cual profesando algunos, se desviaron de la fe…” (1 Ti. 6:20-21).

         Se hace más preocupante, al saber que por estar en el tiempo del fin, la ciencia se acrecienta, el amor a Dios se enfría y la fe escasea. Oyendo la palabra con temor, sabemos que Dios mostró su amor al mundo, dando a su Hijo para morir, como el único medio para redimir al pecador, mediante la sangre derramada en la cruz del calvario. Si entendemos este misterio, Dios nos permite el nuevo nacimiento, que se asegura con la llenura del Espíritu Santo. Recibiendo además, el perdón y la paz de una nueva ciudadanía. Quedando en el mundo para caminar con fe y amor a Jesucristo, quien nos invita a seguirlo para hacer su obra, con temor y amor primero a Dios y por su palabra y su Espíritu, con amor al prójimo.

Entendamos que las obras que se hacen en el mundo son vanas y con aflicciones para el espíritu, pero estando en Cristo y él con nosotros, nuestro vivir tiene gozo y paz. El hombre que busca a Dios sin el Espíritu, oye la palabra con gozo, pero por las aflicciones o la persecución por la palabra, se tropieza. Otros oyen y se gozan, pero al volver al mundo, los afanes y el engaño de las riquezas, ahogan la palabra. Se ven los frutos cuando por la llenura del Espíritu, lo que se oye da fruto para la gloria de Dios (leer Mateo 13:4-8).

Siendo miembros del cuerpo de Cristo, la palabra recibida es transmitida a otros necesitados. En primer lugar a los de casa, especialmente a los adolescentes y jóvenes que salen al mundo a trabajar o estudiar. Si no se comparte lo que Dios nos ha dado, se evidencia falta de amor o la ausencia del Espíritu Santo. Cristo dejó su gloria y murió para salvarnos de la condenación. Un hijo de Dios muestra su amor al prójimo que espera la palabra, la enseñanza de las Escrituras y el testimonio del amor que Dios nos dio, para mostrarse con la conducta de paz, amor y verdad. La palabra dice al hijo de Dios: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor…” (Col. 3:23).

Nuestra conducta será la misma en casa y en el trabajo, para que vean que con Cristo en nuestra vida, somos sal y luz en las tinieblas. Especialmente cuando surjan las pruebas, permitidas por el Señor para evaluar la fe, el amor y la esperanza. Dios nos enseña el valor y el conocimiento de su reino. A sus discípulos, en la oración nos dice: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad…” (Mt. 6:10). Nos pide no afanarnos por comida, bebida o vestido y agrega: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia…” (V. 33). También dice: “…porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Ro. 14:17). El Señor dijo a Nicodemo “…De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3).

Si en un hogar hay hermanos sirviendo en la congregación, los jóvenes de ese hogar son bendecidos por contar con personas que les han compartido la doctrina y la experiencia del nuevo nacimiento y de pedir y recibir el Espíritu Santo. Lo probable es dedicar tiempo para compartir pasajes bíblicos a la conversión de algún siervo que se mencionó en la congregación. Como ejemplo, tenemos la maravillosa experiencia del joven Esteban, la cual será edificante. Además, dijo el Señor resucitado a los discípulos: “…sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Jn. 20:22). Sin entender la palabra, no hay nuevo nacimiento y aunque lleguen a la congregación, su debilidad será la carne. El que recibe el Espíritu Santo de Dios manifiesta gozo y paz. No olvidemos que la palabra dice: “los que viven según la carne no pueden agradar a Dios”, ya que son inestables, desconfiables y tienen temor a lo que pasa en el mundo.

El día del pentecostés se debe estudiar para entender que las profecías se cumplen. En el libro de los Hechos 2:1-42 se narra cómo inició la iglesia, y menciona algo importante: “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hch. 2:38-39).

         Pidamos a Dios oír su palabra, para amar al que nos amó y mando a su Hijo para morir, justificar y darnos la vida eterna, al nacer de nuevo y recibir el Espíritu Santo. El Señor dice: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn. 15:5). ¿Hermano, ya naciste de nuevo? ¿Tienes el Espíritu Santo? Pidamos perdón al Señor, si no hemos buscado el nuevo nacimiento y la bendición de recibir el Espíritu Santo. Señor, danos Espíritu para perseverar hasta el fin. Amén.