“En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor; gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración” (Ro. 12:11-12). Uno de los flagelos modernos que coartan la dinámica espiritual de la iglesia de Jesucristo, actualmente, es la caterva -multitud de personas o cosas- de predicadores y evangelios modernos. Ya que estos simplifican a niveles antibíblicos, las condiciones para alcanzar la tan preciada liberación del pecado y de la muerte eterna, y la gloriosa promesa de la salvación y la vida eterna para el hombre.

Cada día se suman los falsos evangelios anunciados por falsos maestros y seudo pastores (léase Gálatas 1:7), cuyo interés no es más que alcanzar su propia gloria y alcanzar con creces, jugosos beneficios mezquinos y egoístas. No les importa si su mensaje, por cierto, de origen diabólico, llevará a miles de personas a una segura condenación eterna.  Les prometen libertad y los mismos mensajeros son prisioneros de deleites y placeres terrenales (léase 2 Pedro 2:19).

Su apariencia discrepa diametralmente de la humilde y santa personalidad de nuestro modelo a imitar, quién es Jesús, leamos: “…en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos (…) infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita” (2 Ti. 3:1-5). Uno de los efectos más peligrosos que ministra este falso evangelio moderno, sin compromiso, es la “ociosidad espiritual”. Esa actitud improductiva y pasiva, producto de una falsa idea de que “no hay que hacer nada, pues Jesús ya lo hizo todo”.

Este mensaje diabólico, ha arrastrado a la cristiandad moderna a perder el efecto persuasivo que produce el testimonio fiel de una iglesia convertida. Que lucha a tiempo y fuera de tiempo, contra nuestro acérrimo (fuerte y vigoroso) enemigo que es Satanás, gobernador de las tinieblas y príncipe de este siglo. El mensaje de Cristo requiere de la iglesia: diligencia –“disposición para hacer con rapidez o interés lo que ha de hacerse”-; no perezosos, sino fervientes, dinámicos, productivos, gozosos, activos, practicando continuamente los mandamientos del Señor Jesús, cuyo ejemplo lo registran las Sagradas Escrituras, al decir que él recorría aldeas y ciudades, anunciando y predicando el evangelio del reino de Dios.

El Señor Jesús dijo: “…Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo” (Jn. 5:17). El apóstol Pablo invita a su buen discípulo Timoteo a que: “…prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. Pero tú se sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Ti. 4:2-5).

Es fácil notar que la fe verdadera, es una fuerza activa que produce una motivación poderosa en cada cristiano. Es viva y está en pleno crecimiento constante, añadiendo valores espirituales al que la posee. No hay en ningún momento un estancamiento ni indica una actitud pasiva. Sino todo lo contrario, todo habla de caminar, avanzar, producir y alcanzar; hay una presencia Divina y dinámica. El apóstol Pedro decía: “…vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor” (2 P. 1:5-7).

         Observa la recomendación que da el Espíritu Santo a los creyentes. No es un proceso pasivo. Y es que donde está el Espíritu de Dios, hay crecimiento y libertad. Hay un fuego que nos impulsa a actuar. Es una fe que produce frutos que glorifican al Dios creador. Demostramos a través de nuestra vida que Dios está con nosotros. Vamos en el camino de Cristo corriendo la buena carrera de la fe y librando la buena batalla de la fe. Sufriendo penalidades como buenos soldados de Cristo; presentando defensa de nuestra fe ante todo aquel que la demande.

Y es que: “…si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (V.8). La combinación perfecta que me puede asegurar una “amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”, y no me dejará estar ocioso, es: el conocimiento de la verdad y la unción del Espíritu Santo de Dios. La ausencia de poder me lleva al ocio; y el ocio, me lleva a la pereza; y la pereza, a la pobreza.

Mientras los cristianos de la iglesia primitiva morían dando testimonio de la fe, la iglesia moderna se recrea en un evangelio cómodo y cargado de malicia que sólo produce ociosidad, obesidad espiritual y un adormecimiento fatal. Mi amado hermano no te acomodes, ponte de pie, levanta las manos caídas y las rodillas paralizadas. Levantémonos como un poderoso ejército de creyentes que desafiamos las fuerzas del infierno, avivando el fuego del Espíritu Santo dentro de nosotros. Dice la palabra de Dios: “El alma del perezoso desea, y nada alcanza; Mas el alma de los diligentes será prosperada” (Pr. 13:4).

Sí, mi amado hermano, muchos desean alcanzar la vida eterna. Se imaginan sentados en la mesa, compartiendo la santa cena en presencia de Jesucristo en los cielos. Pero no se mueven, no caminan, no avanzan, están estáticos, paralizados por la ociosidad de la negligencia espiritual que invade su ser, al creer -vanamente- que ya tienen asegurada la salvación. Pero a diferencia de ellos, vemos otra minoría que hemos creído con el alma y le ponemos diligencia a los mandamientos del Señor Jesucristo. ¡Despierta antes que sea tarde! Que el Señor te encuentre haciendo su voluntad como un buen siervo fiel y prudente. Le suplico a Dios que nos sostenga en victoria hasta el final. Amén.