“Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien (…) Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Ef. 6:1-4). Debido a las necesidades y los problemas que han surgido en los jóvenes de la iglesia, sentimos el deseo de dar seguimiento a las reflexiones y enseñanzas que nos lleven a entender y a practicar lo que significa: la honra a los padres. La primera parte se dio como aporte pastoral, en el último retiro de jóvenes en Coatepeque, el sábado y domingo, en un periodo de seis horas. El seguimiento, esperamos se esté realizando en los hogares de aquellos que deseen la bendición del mandamiento con promesa de una larga vida. Y para ello, debemos recordar lo que las Escrituras nos advierten: “…No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios” (Ro. 3:10-11).

Por esto, esperamos ver unidad, comunión y la bendición de lo alto que identifica a la iglesia que ama, obedece y sirve a Dios; juntándose así la luz que alumbra en las tinieblas que vemos en el mundo, donde está el espíritu de muerte, robo y traición, que muestra esta generación maligna y perversa. Pero como testimonio de la verdad que oímos, tenemos vida y paz. El Señor nos dice: “…el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado de mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él” (Jn. 14:19-21).

Para edificarnos en casa como iglesia, debemos escudriñar las Escrituras específicamente con los niños, adolescentes y la juventud, quienes tienen cinco días de la semana, en los que ocupan cinco horas diarias, en un ambiente influenciado por el mundo que está llegando a su fin. Por eso corren y son atraídos por la ciencia y la tecnología que crecen, afectando nuestro amor a Dios y oponiéndose a la fe. Sigamos la palabra y sigamos escudriñando las Escrituras, como el pan nuestro de cada día. Los padres deberían enseñar las Escrituras a los niños en casa hasta el destete, siguiendo el testimonio de Ana, la madre de quien llegó a ser el profeta Samuel.

La segunda fase a la que somos sometidos, tiene vigencia de cinco a seis años, en donde los adolescentes pasarán al nivel medio, tres años en básicos y dos o tres años en la carrera que les permita ser un estudiante de la universidad. Todo requiere esfuerzo. El peligro está, en que por obtener una vana gloria, nos olvidamos de Dios menospreciando la palabra. Recuerda que por estudiar dejamos de comer, de dormir, etc., lo inaudito es que nos olvidemos de Cristo, quien para salvarnos vino al mundo, para enseñarnos a morir y nacer de nuevo, y quien con su Espíritu nos dice: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Jn. 15:12-13). Sí, el Señor nos brinda su amistad.

¿Por qué nuestros hijos, salen al mundo para preguntar cómo entender y hacer las cosas para tener paz? La respuesta es sencilla: Porque no encuentran en el hogar esa instrucción necesaria que demandan sus inquietudes y ansiedades. El resultado es una sociedad llena de violencia y sin principios ni valores. Salomón nos dice: Me volví y vi todas las violencias que se hacen debajo del sol; y he aquí las lágrimas de los oprimidos, sin tener quien los consuele; y la fuerza estaba en la mano de sus opresores, y para ellos no había consolador” (Ec. 4:1). Pero para la iglesia del Señor sí hay esperanza, leamos: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Jn. 14:16-17). Nuestro trabajo de padres, es llevar a los hijos a esa búsqueda de un encuentro personal con Dios.

Oigamos y pidamos a Dios entendimiento, para que podamos hacer conciencia en el corazón de nuestra juventud y así puedan comprender lo que dice la palabra: “Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos; pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios” (Ec. 11:9). “Ahora, hijo mío (…) No hay fin de hacer muchos libros; y el mucho estudio es fatiga de la carne (…) Teme a Dios, y guarda sus mandamientos (…) Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Ec. 12:12-14).

         Dios quiere guardarnos del mundo y de esa sabiduría terrenal que engaña y pierde el alma, leamos: “…evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia, la cual profesando algunos, se desviaron de la fe…” (1 Ti. 6:20-21). Mantengamos una buena relación de comunicación y confianza con Dios y también con nuestros hijos, preparándonos para su venida y su juicio, y perseverando fielmente en los caminos del Señor hasta el final. Amén.