Una de las características más preciadas del oro, es ese brillo natural y único que ningún otro metal posee. De allí, su alto valor en cualquier sociedad y latitud. Es sorprendente su poder, hasta psicológico, que ha vuelto locos a los hombres. De los 118 elementos de “la tabla periódica de los elementos”, éste fue elegido aun como moneda. Es dúctil, maleable, funde a temperaturas no muy altas, buen conductor de la electricidad, etc. Y su precio sería de $1700 a $1800 por cada onza. Recordemos además, que a mayor pureza, más valor.

Dios, como criaturas e hijos de él, nos tomó del mundo como piedras o minerales en bruto. Contaminados por las impurezas extremas del medio y del pecado. Y decidió: “entresacar lo precioso de lo vil”. Para ello, inicialmente se escoge un pueblo: Israel, que no necesariamente eran los mejores del planeta. Hombres y mujeres impregnados de paganismo, contaminación e impureza, leamos: “Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra. No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó…” (Dt. 7:6-8).

Pero fue allí en ese pueblo, su pueblo, en donde mediante un trato y procedimientos de purificación en el transcurso de los milenios, se inculcó la cultura espiritual de Dios. Y él mismo, a través de mensajeros como ángeles, profetas, jueces, señales, prodigios y aun su misma visitación, mostró la ruta perfecta para alcanzar la eternidad. Su trabajo esmerado es más que evidente. Sin embargo, con algunas excepciones, ese oro en diferentes grados de purificación llega a perder su brillo y calidad. Para los cuales la profecía se expresa así: “¡Cómo se ha ennegrecido el oro! ¡Cómo el buen oro ha perdido su brillo! Las piedras del santuario están esparcidas por las encrucijadas de todas las calles. Los hijos de Sion, preciados y estimados más que el oro puro…” (Lm. 4:1-2).

¿Oro ennegrecido y sin brillo? Es así como Dios ve a aquellos seres, los cuales luego de los procedimientos divinos “ya son oro puro”. Pero el descuido, el menosprecio, la indiferencia y la falta de espíritu y comunión, hacen de aquella pieza una verdadera evidencia negativa y de fracaso. Sin embargo, Dios no abandonará jamás la obra de sus manos. Y esta profecía mesiánica dice así: “He aquí,  yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí (…) ¿quién podrá estar de pie cuando se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores. Y se sentará, para afinar y limpiar la plata; porque limpiará a los hijos de Leví, los afinará como a oro y como a plata, y traerán a Jehová ofrenda en justicia” (Mal. 3:1-4).

Qué maravillosa es toda aquella obra de amor, paciencia y misericordia, que Dios muestra para los suyos. Aquellos que él mismo escogió desde antes de la fundación del mundo, en los cuales puso sentimientos de eternidad. Y mediante su amor manifiesto, inició una gloriosa labor. Y lo más extraordinario es que esa gracia, mediante Jesucristo, se extendió a toda la humanidad. ¡Bendito sea él! Me alcanzó a mí y a ti, así como a todo aquel que crea a su evangelio. Ahora, esta labor de purificación se extiende y nosotros como pueblo injertado al “olivo original”, estamos en un proceso exhaustivo y continuo. Para que habiendo sido escogidos, seamos ahora también motivados a entender que las pruebas son indispensables. No sólo para purificación, sino para salvación.

Pero es también necesaria la diligencia nuestra, para “mantener el brillo”. Evitando la contaminación del pecado que nos asedia, sabiendo que: “…el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6). Fiel es Dios, el cual nos pide que voluntariamente y sin lástima alguna, dejemos y salgamos de este sistema satánico en que vivimos. Y que nos proyectemos libremente hacia una nueva era de amor y perfeccionamiento, en donde mis decisiones serán determinantes en mi futuro eterno.

Amado hermano, estamos en una guerra espiritual, en donde los valores de Dios y del mundo están a la vista, como aquellos dos árboles figurativos  mostrados en el huerto de Edén. Y mediante nuestro libre albedrío, al igual que Adán, podremos elegir nuestro futuro. La vida o la muerte eterna están en nuestras manos. Dios ya lo hizo todo, ahora es nuestro momento.

Esforcémonos, pues, en la gracia que es en Cristo Jesús. Mantengamos ese mismo brillo que él mostró mediante un testimonio vivo y agradable a Dios. En el fiel cumplimiento, en amor, de sus mandamientos plasmados en las Sagradas Escrituras. ¡Ánimo pueblo! ¡Vamos hacia adelante iglesia! Y perseveremos hasta la eternidad con Jesucristo. Así sea. Amén y Amén.