Amado hermano y lector, desde tiempos inmemorables el hombre se apartó de Dios y del conocimiento y origen verdadero de todas las cosas. Habiendo muerto espiritualmente, y fuera del Edén, el hombre siempre ha  “sospechado”, tal vez por algún “gen perdido”, de lo que fuera aquel ser primero, hecho a imagen y semejanza de Dios mismo. Que hay una eternidad, que hay un ser supremo, y que hay una relación íntima entre su criatura y su creador. Y es por eso que, hasta el día de hoy, lo sigue aún buscando así: desde lo que ve superficialmente a su alrededor, hasta las profundidades de la tierra; siguiendo con las estrellas y las constelaciones, etc.

Pero hay algo curioso: los filósofos antiguos buscaron, quizás equivocadamente, sus propias respuestas mediante el razonamiento y la ciencia humana. Y se nota que hay algo muy cerca de la verdad. Y es precisamente, buscar dentro de mi ser íntimo “mi yo”, que es mi alma: quién y cómo soy verdaderamente, cómo poder cambiar algo personal. Y es así como los más grandes exponentes de la filosofía griega, plasman en uno de sus mejores templos, el de Apolo en Delfos, aquella histórica frase o aforismo: “Conócete a ti mismo”.

La frase suena bien, el axioma es perfecto, el anhelo es bien orientado. El problema es: ¿cómo conocerme a mí mismo y escudriñarme dentro de mi interior, mediante patrones conceptuales y parámetros equivocados? Esto, producto de los caprichos y hasta degeneraciones morales del mismo hombre “amador de sí mismo”. Esto es una utopía total. Entonces, se hace claro que hay una barrera invisible para el hombre. Y esta es la llamada “soberbia”, mal de males. Evidenciada mediante la egolatría, la autosuficiencia, el orgullo y la vanidad. Pero la necesidad de alcanzar la verdad sigue aún latente; sin embargo, por rutas y alternativas equivocadas.

¿Cuál es entonces el camino correcto para conocerme a mí mismo, si no lo es la filosofía ni la ciencia?

Es absolutamente certero, que son las “Sagradas Escrituras” la fuente de todo perfecto entendimiento. En donde está escondida la verdadera ciencia, la sabiduría y el conocimiento de “un solo Dios creador y soberano” y de su eternidad. Y esto, no basado únicamente en conceptos o argumentos filosóficos, sino en hechos reales, manifiestos por la verdad misma. Con obras creacionales portentosas, aun indiscutiblemente comprobables ante la misma ciencia humana, leamos: “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn. 8:31-32).

Al introducirnos en las Escrituras, vamos descubriendo historias reales, descripciones de diversas personalidades, bajo la ilustración de personajes que sí existieron. Éxitos y fracasos, mediante la obediencia y desobediencia de hombres y mujeres alrededor del cosmos. Pudiéndonos ubicar y descubrir allí plasmados: 1). Mi estatus material y espiritual, además de advertirme, objetivamente, las consecuencias positivas o negativas de mis propias decisiones. Y 2). Cuál es la voluntad de Dios, agradable y perfecta, en toda su dimensión.

Aquí comprendemos, además, no sólo sus leyes y principios, sino también verificamos la bondad, la misericordia, la paciencia y sobre todo, el amor en su plena manifestación “Divina y humana”, habitando con nosotros en carne. Poniendo así de manifiesto, en su mismo sacrificio vivo, con su muerte y su resurrección, que además de ser un hecho histórico bien fundamentado, es además confirmado para los salvos. Todo esto, por la presencia del Espíritu Santo, quien por medio de la fe en Cristo Jesús es incorporado dentro de nuestro mismo ser.

Y con esa presencia y con su sabiduría podamos ser guiados desde adentro, leamos: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta…” (Jn. 16:13). Además: “…convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (V. 8). Y también dice: “…el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en (dentro de, como parte de) vosotros” (Jn. 14:17).

Amado hermano y amigo, qué maravilloso es entender que ahora y siempre, y hasta los postreros días, habrá oportunidad de accesar a “mi yo” interno, al secreto de mi alma, mediante la fe en Cristo Jesús y la intervención real del Espíritu Santo. Y así descubriré mi error, y podré reconocer contundentemente que no sólo es que “me conozca a mí mismo”. Y adicional, descubrir que hay una oportunidad para mí y para todos. Y que además, al poder reconocer nuestra condición pecaminosa y perversa, y mediante la gracia divina, podemos alcanzar la salvación eterna, la cual Dios otorga amplia y generosamente a los que en él creen.

Concluimos entonces en esto: no hay fórmula o procedimiento humano capaz de mostrarnos lo oculto de nosotros mismos. No hay profesionales de la conducta como: sociólogos, psicólogos, psicoanalistas, psiquiatras, etc., ni podrán con sus métodos de psicoanálisis retrógrados, hipnosis clínica, análisis transaccional o interpretación de sueños ni las prácticas psicoterapéuticas las que llegarán,  aunque pretendan, a la esencia de tu ser. Sólo nuestro Dios tiene verdadero acceso y con las mejores herramientas. Ellas nos sanarán integralmente y nos llevarán a la verdadera libertad. Entremos pues, confiadamente, al trono de su gracia y seremos felices y eternos en él. Así sea. Amén y Amén.