Estamos en el mundo, pero no somos del mundo. Ya que por la gracia de Dios, ahora formamos parte de ese cuerpo espiritual que es la iglesia, la cual está constituida por individuos que, estando sin Dios, nos afanábamos en las cosas terrenales. En ese afán, la ciencia que engañó a Adán y Eva, afectó nuestra mente, llevándonos a la búsqueda de glorias vanas con la satisfacción de nuestra carne y los deseos de los ojos. Y estando bajo esa condición, Dios en su misericordia nos hizo comprender que llegaríamos a comprobar que nada ni nadie nos cambiarían. En ese momento surgió en nuestro corazón el clamor que nos permitió experimentar la profecía que dice: “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces” (Jer. 33:3).

Existe un mensaje para salvar a los perdidos mediante el amor de Dios y su Hijo Jesucristo, según esta palabra: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16). Si amamos a Dios, amaremos el alma de las personas que nos rodean en casa o en el trabajo, y daremos a conocer esta nueva vida llena de paz, a los que tienen hambre y sed de justicia. Esta función también se dará si hemos sido llenos del Espíritu Santo, luego de haber entendido el llamado del Señor: “…Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mt. 16:24-25). La negación equivale a las pruebas y a las aflicciones que evalúan nuestro amor para servir a los necesitados, porque: “…En el mundo tendréis aflicción; pero CONFIAD, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33).

Las bendiciones y las pruebas las experimentó Israel desde que salió de Egipto, pasando el mar, estando en el desierto, surgiendo las debilidades carnales, etc. Con esta conducta se definió a los de Israel que esperaban llegar a Canaán. El Señor nos dice en su palabra: “…Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. Será como la retama en el desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada. Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto”  (Jer. 17:5-8). Y el apóstol Juan dice acerca de Jesucristo: “…el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn. 15:5).

Esto se hace realidad, como lo dijo el apóstol Pablo: “Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres; siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón” (2 Co. 3:2-3). Siendo irreprensibles, gobernando bien a nuestros hijos, como señal del crecimiento de nuestra fe en Jesucristo para alcanzar la tierra prometida. A su iglesia dice: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 P. 3:10-13).

Dios también le dice a su pueblo: “Mejor es confiar en Jehová, que confiar en el hombre. Mejor es confiar en Jehová, que confiar en príncipes” (Sal. 118:8-9). En el mundo, la iglesia tiene al enemigo oponiéndose a la obra de Dios, buscando debilitar nuestro amor a Dios y el amor al prójimo, e interfiere nuestra fe desviándonos del camino de santidad con la ciencia. Dios nos guía con su palabra y con su Espíritu nos advierte: “Ahora, hijo mío, a más de esto, sé amonestado. No hay fin de hacer muchos libros; y el mucho estudio es fatiga de la carne. El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos…” (Ec. 12:12-13). Como iglesia necesitamos conocer a Dios y confiar en él. Pon en Dios tu confianza, no olvides sus obras y guarda sus mandamientos. “En el temor de Jehová está la fuerte confianza; y esperanza tendrán sus hijos” (Pr. 14:26).

Hagamos bien a todos, especialmente a los de la familia de la fe. Comuniquemos las buenas nuevas que recibimos, para escapar de esta generación maligna y perversa que está bajo el maligno. Dediquemos tiempo para orar por los que tienen miedo a lo que pasa en este mundo, por ignorar al Dios verdadero. Muchos quieren ser como Dios, pero sin el amor de Dios que envió a su Hijo, para que los que confiamos en su palabra fuésemos salvos. Amén y Amén.