“Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar…” (1 P. 5:8). Pretender ignorar la presencia de Satanás en el quehacer de nuestra vida cotidiana, es uno de los errores más garrafales que el creyente moderno comete a menudo. Esto es aceptable en aquellos que ignoran las verdades del mundo espiritual que nos rodea. Pero el cristiano debe estar permanentemente vigilante, pues su enemigo mortal, anda como león rugiente, viendo a quien devora. Por lo tanto, debemos de ser sobrios, maduros, centrados y seguros de lo que creemos y defendemos. Y no ser descuidados en cuanto a la defensa de nuestros valores cristianos, los cuales debemos defender con honor, fervor y con mucho amor, delante de todo aquel que demande razón de nuestra conducta.

Satanás nos busca en cualquiera de las áreas en las que nos movemos y un pequeño descuido nuestro puede significar una oportunidad para que él nos ataque. Su arma predilecta es la astucia e hipocresía. Nunca se fíe de nadie, seamos “astutos y mansos” dijo nuestro buen Salvador Jesús. En esta guerra no hay cabida a la ingenuidad, pues ella representa debilidad e ignorancia. Cuidado mi querido hermano o hermana, las palabras zalameras y lisonjeras pueden presagiar una caída en las trampas de Satanás. Nuestro discernimiento de espíritus debe estar activado permanentemente cual radar, listo para captar cualquier astucia del enemigo, el cual utilizará cualquier estratagema (artimaña hecha con habilidad y con engaño, para lograr un fin) para hacernos caer y atrapar nuestro tesoro incalculable que llevamos dentro, el cual es el ALMA.

No seamos presas fáciles para Satanás. No permitamos que las ocupaciones de la vida nos empañen la vista ni perdamos la conciencia de que nuestra alma corre un grave peligro constantemente, mientras estemos en este mundo, rodeados de tanta maldad y tentaciones. Por eso el Señor Jesús oró al Padre diciendo: “Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que LOS GUARDES DEL MAL. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo (…) Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo” (Jn. 17:14-16 y 18). Y también suplicó al Padre diciendo: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (V. 17). Tampoco nos extrañe que a ellos les sorprenda y hasta se burlen de nuestras costumbres, las cuales obviamente son opuestas a las de ellos. Nuestros intereses no coinciden con los de ellos (1 Pedro 4:4-5). 

Comprendo que muchas veces nos enfrentamos a situaciones sumamente engorrosas, a causa de nuestra fe, la cual es desafiada continuamente en nuestra vida diaria, y hasta nos ridiculizan públicamente por causa de ella. Mis queridos hermanos creyentes, aquí estamos, como en los días en que nuestro Salvador Jesús estuvo sobre la tierra. Somos enviados al mundo, igual como lo hizo el Señor Jesús con sus discípulos en aquella época. Pero su poderosa oración nos abarca hasta el día de hoy. A pesar de que han pasado miles de años, su poder no se agota y sigue resonando en nuestro universo espiritual las palabras de nuestro Salvador Jesucristo: “NO RUEGO QUE LOS QUITES DEL MUNDO, SINO QUE LOS GUARDES DEL MAL”.

Pero, además de su oración intercesora, tenemos en nuestro poder y alcance la maravillosa PALABRA DE DIOS, la Santa Biblia, hermosísimo legado divino que él nos ha preservado a lo largo de los siglos. Y esto a pesar de la encarnizada lucha contra Satanás, el cual ha querido, durante siglos y siglos, destruirla y vedar al ser humano la oportunidad de llegar a su bendito contenido. Y de esta manera alcanzar el preciado conocimiento que le dé la luz espiritual, la cual abre los ojos del ciego, para que ya no anden en la oscuridad de la ignorancia, que lleva indefectiblemente a la condenación de las almas no convertidas a Dios.

El poder de su palabra bendita nos SANTIFICA, como lo decía el Señor Jesús: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad”. Esto quiere decir: “separados para Dios”, lo cual representa el profundo propósito divino de la redención del hombre, el cual al alcanzar este estado, lo demuestra llevando una conducta apropiada a la voluntad de Dios, leamos: “Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para SANTIFICACIÓN presentad vuestros miembros para servir a la justicia” (Ro. 6:19).

En otras palabras, la santificación es el apartamiento voluntario y consciente, de las cosas malas y de los malos caminos. Porque esto es lo que representa la voluntad de Dios y tiene que practicarse de manera seria y constante, ya que esto es obedecer a la palabra de Dios, leamos: “Porque ya sabéis qué instrucciones os dimos por el Señor Jesús; pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación (…) que ninguno agravie ni engañe en nada a su hermano; porque el Señor es vengador de todo esto (…) Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación. Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio de su Espíritu Santo” (1 Ts. 4:2-8). 

El Señor nos envió como ovejas entre lobos. Pero no nos ha enviado solos, su presencia poderosa y santificadora se manifiesta en su Santo Espíritu, por eso dice: “Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad…” (2  Ts. 2:13). Así que ánimo y adelante sin desmayar hasta el fin, en el nombre poderoso de Jesucristo. Amén.