Dios enseñó y advirtió que el enemigo buscará engañarnos, lo cual se dio cuando Eva, sin Adán y sin el amor ni temor de Dios, creyó al maligno; quien le indujo a tomar el fruto prohibido, diciendo que serían como Dios, sabiendo el bien y el mal: “ Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido…” (Gn. 3:6).

En estos días, vemos el interés por llevar a los hijos a los centros educativos para ser instruidos por personas que, quizá no tienen el espíritu para cuidar o entretener a los infantes, que reciben de la madre adoptiva lo que en casa no se les da. Dios nos dice: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Dt. 6:4-7). ¿Hará la tutora este mandato?

La formación continúa en los adolescentes con los conocimientos, los juegos y la comunión con sus compañeros en primaria, donde se estimulan a seguir a los de nivel medio y los temas les abren el entendimiento para conocer más y obtener glorias del mundo. Luego, son estimulados a una carrera que les permita llegar como joven a la universidad. Aquí se preparan los dirigentes de empresas o bien para gobernar en su comunidad. Y si es posible, con los conocimientos académicos piensan cambiar el mundo que les rodea, siguiendo al campus de la ciencia que hace bien, pero a corto o mediano plazo aparece el mal. Por ejemplo: el uso de los plásticos; el uso de alimentos y bebidas con preservantes; los medicamentos, que al correr del tiempo muestran lo negativo de su aplicación; y qué decir de los agroquímicos, que mejoran la cosecha pero matan los microorganismos que Dios dejó para recuperar o mantener el valor de la materia orgánica.

El Señor nos ha dado su palabra para evitar caer en las prácticas y los afanes del mundo, diciéndonos: “… si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio” (1 Co. 3:18). Y además, recordemos: “Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gá. 6:8). ¿Qué estamos cosechando? El Señor nos dio ejemplo y la enseñanza para llegar al Padre, pasando por el mundo, oyendo su palabra, escudriñando las Escrituras en casa y buscando la llenura del Espíritu Santo para seguir adelante.

El apóstol Pablo, dejó el mundo y sus glorias, leamos: “Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros. Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal” (Fil. 3:17-19). Por qué fatigar nuestra carne y afligir nuestro espíritu, si lo que hay y se busca en este mundo es vanidad. Entendamos que nuestro paso por el mundo es fugaz. Somos como la hierba y las glorias se pasan como la flor de la hierba.

Para entender y vencer, necesitamos morir al mundo y nacer de nuevo. Esta nueva criatura crecerá con la presencia del Espíritu de Dios que nos enseñará a correr con paciencia y poniendo los ojos en Jesús, quien nos recordará su palabra y nos guiará a la vida eterna. Dios, a los que obedecemos nos ofrece su paz, pero no como el mundo la da. Por eso en las pruebas, estando en él y él en nosotros tenemos paz, porque le amamos. Y si le amamos, todas las cosas que nos pasan son para bien.    

David dice: “Me mostrarás la senda de la vida; En tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre” (Sal. 16:11). Si como pueblo caminamos para la vida eterna, recordemos y meditemos como iglesia en el hogar, la promesa: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 P. 3:10). Recordando la ciencia que engaña, Pablo nos alienta al decir: “El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará” (1 Co. 13:8).

         Por eso, Pablo al joven Timoteo le dice: “Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia, la cual profesando algunos, se desviaron de la fe…” (1 Ti. 6:20-21). Dios no ha cambiado. Su palabra es la verdad que nos hace libres del mundo y de la carne; para estar en unidad, haciendo la voluntad de Dios, llevando el evangelio a toda criatura para que crean y sean salvos.  

David, en la búsqueda de la sabiduría divina, nos dice: “Tu salvación he esperado, oh Jehová, Y tus mandamientos he puesto por obra. Mi alma ha guardado tus testimonios, Y los he amado en gran manera” (Sal. 119:166-167). No nos hagamos al mundo. Estudiemos y meditemos para limpiar la mente y fortalecer el alma con el Espíritu del que quiere que permanezcamos en él para fructificar y dar gloria a su nombre. Por eso le dice a su pueblo: “Sin mí, nada podéis hacer”. ¡Gloria a Dios! Amén.