“Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra y le dolió en su corazón. Y dijo Jehová: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombre que he creado (…) y estaba la tierra llena de violencia (…) Dijo, pues, Dios a Noé: He decidido el fin de todo ser…” (Gn. 6:5-7, 11 y 13).

 

Dios es amor

          Bien dice Salomón: “Teme a Dios y guarda sus mandamientos”. El profeta Daniel, dice que para el tiempo del fin muchos correrán y la ciencia aumentará.   Otra señal del fin: “Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca” (Mt. 24:37-38). En estos eventos, sin duda que los contrayentes se afanan por la comida, bebida y vestido. Dios nos dice que busquemos el reino de Dios y su justicia, para no descuidar la fe que viene por el oír la palabra de Dios, más la lectura de las Sagradas Escrituras.

Cuando nuestra alma no es recta delante de Dios, somos llevados al orgullo y la vanidad. Olvidamos el amor de Dios, quien mandó a su Hijo al mundo, para que todo aquel que en él crea no se pierda, mas tenga vida eterna. Esto se conoce y se comprende, al buscar la palabra que nos ayuda a crecer en fe, esperanza y amor. Entendiendo que el nuevo nacimiento nos permite el conocimiento de la voluntad de Dios y decir cuando estemos en la batalla: “no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios”, si es que hemos sido justificados por la fe en Cristo Jesús.

Debemos estar velando y orando para no caer en tentación, porque el enemigo buscó el momento preciso para impedir la obra del Hijo del Hombre. Se presentó ante Jesús luego de un largo ayuno, diciendo: “si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan”. Pero la respuesta fue contundente: “No solo de pan vivirá el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. No dejó más tiempo para mostrarle los reinos del mundo y sus glorias, ofreciendo y diciendo: “Todo esto te daré si postrado me adorares”. Y respondió Jesús: “Escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás”.

Entendamos, el diablo no descansa y siempre buscará robarle a Dios, las almas que él gano en la cruz del calvario. Esto es para que no dejemos de escudriñar las Escrituras, que nos ayudan para permanecer en la batalla de la fe. El Señor nos muestra en la parábola del sembrador, cuatro clases de suelos: El primero, junto al camino, en el que no entra la semilla, y vienen las aves y la comen. El segundo, entre piedras y poca tierra. Sale la planta, pero no crece ni fructifica. Y aclara que, al venir las aflicciones por la palabra, se ahoga. El tercero, es el suelo con espinos. En donde  los afanes de este siglo o el amor a las riquezas, ahogan la palabra y al final, no produce. Y el cuarto, es la tierra que fructifica. Es un suelo suelto, negro, con riqueza de mineral y con capacidad para retener agua. La semilla crece y da fruto (léase Mateo 13:18-23).

El Señor nos amplía este milagro al decirnos: “…si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Jn. 12:24). Con esto nos enseña que para servir en el reino tenemos que morir y para producir, debemos tener el Espíritu Santo. No debemos ser arrastrados por este mundo que está bajo el maligno, y en donde reina la violencia y la injusticia. No olvidemos que como pueblo de Dios debemos tener temor de él y guardar sus mandamientos; y que tenemos promesas, si amamos a Dios, a nuestro prójimo y si creemos a la palabra.

Pablo escribe a Timoteo: “…guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia, la cual profesando algunos, se desviaron de la fe…” (1 Ti. 6:20-21). Esto se dio hace 2,000 años, hoy la competencia en las escuelas, universidades y estatus social, tienen como prioridad la educación y formación profesional. Pero ¿cuál es el efecto de este fenómeno en el país, en la iglesia, en el hogar, o en cada individuo?

La fe mueve montañas y si tenemos fe, agradamos a Dios y vencemos al mundo. Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan. Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe (léase Hebreos 11:6-7).

Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Ro. 5: 1-5). Preparémonos, el fin está cerca y tenemos la promesa de ir a cielos nuevos y tierra nueva, en donde mora la justicia. Amén.