Israel, pueblo escogido para cumplir un sacerdocio, llegó a Egipto donde permaneció por 400 años. Recordemos que José fue vendido como esclavo. Luego llegó a Egipto y estuvo sirviendo en la casa de Potifar. Y posteriormente, cuando estuvo en la cárcel, Dios estaba con José, dándole la revelación de sueños que le consultaban. Esto lo llevó a interpretar los sueños de Faraón, lo cual le permitió ocupar un cargo para cultivar la producción y la administración de alimentos. Ejerciendo esta función sus hermanos llegaron por alimento y por la gracia de Dios con José, tuvieron entrada a Egipto.

Muerto Faraón y José, el pueblo se desenfrenó. Se olvidó de Jehová y terminaron en esclavitud 400 años. Pero se acordaron de Jehová y clamaron por ayuda. Y Dios envió a Moisés como respuesta, sacándolos para probarlos en el desierto. Estando allí, Moisés recibió la ley que servía para reflexionar y actuar con temor. Pero no entendieron ni agradecieron la ayuda, quedando postrados en el desierto los rebeldes, y preparando Dios una nueva generación de niños y jóvenes que estaban viendo cosas nuevas.

El plan divino continúa, teniendo como guía a Josué, por la muerte de Moisés, y Dios le dice: “Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé. Esfuérzate y sé valiente; porque tú repartirás a este pueblo por heredad la tierra de la cual juré a sus padres que la daría a ellos. Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas” (Jos.  1:5-7).

Hay un dicho en el mundo: “donde fueres, haz lo que vieres”. Eso sucedió con Israel en Egipto. La palabra nos dice: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo”. Esta sentencia se cumplió con Israel en Egipto, donde se practicaba la idolatría. Lo que experimentó Israel se da con la iglesia. Siendo Egipto para nosotros, el medio donde nos encontramos. Con el peligro de ser tentados o arrastrados por el enemigo que engañó a Eva. El mismo que tentó al Señor Jesucristo, ofreciéndole los reinos y glorias del mundo, incluyendo los deseos de la carne, los deseos de los ojos y las glorias vanas.

Pensemos que Israel perdió el libro. Ahora nosotros tenemos el libro, pero no lo valoramos o no lo entendemos. Y si lo entendemos, lo menospreciamos por los afanes o por el amor al dinero, que es la raíz de todos los males. Pero tenemos ejemplo en la palabra, leamos: “Enséñame, oh Jehová, el camino de tus estatutos, Y lo guardaré hasta el fin. Dame entendimiento, y guardaré tu ley, Y la cumpliré de todo corazón” (Sal. 119: 33-34).

Demos gracias a Dios por todo lo que da a su iglesia. Sí, a los que estando en el mundo, engañados, afligidos, fuimos humillados para despertar y salir del engaño, como lo estuvo Israel en Egipto. Y a nosotros nos liberó, nos sacó, nos fortaleció, y nos envió a su Hijo para conocer la verdad que da libertad. Entendamos que: “…la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Jn. 1:17).

El enemigo nos ofrece el engaño de llegar a ser como Dios. Y sólo la palabra nos puede librar de ese ofrecimiento. Porque el alma que no es recta se enorgullece, mas el que ha sido justificado vive por la fe que Dios provee. Dios habla de muchas maneras a su pueblo, para vivir sirviendo para el reino de Dios, leamos: “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos;  y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn. 8:31-32).

Esta condición se tiene cuando el Espíritu de Dios está en nosotros como amigo, consejero o Consolador. Por eso entendemos que: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Y: “Ya no vivo yo, Cristo vive en mí”. Cada día la iglesia está en guerra, en peligro por estar en espera del fin, con la aparición de falsos profetas. Y por haberse multiplicado la maldad, el amor se enfriará, mas el que persevere hasta el fin, este será salvo. La enseñanza del Señor fue la oración por sus discípulos, diciendo: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn. 17:20-21).

La pelea es más fuerte y sutil. Pero con la unidad espiritual mencionada, estamos en victoria si buscamos al que murió y resucitó para rescatar en el mundo a los perdidos. Para ser movidos al arrepentimiento, solicitando el bautizo en agua, para recibir la promesa del Espíritu Santo, el Consolador. Para guiarnos y recordarnos que: “…el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn. 14:26-27).

Gracias Señor por las enseñanzas y por tu sangre derramada para justificarnos. Entendiendo que sin tu presencia nada podemos hacer. Y comprendiendo que tu amor nos cambió para buscar el bien del prójimo. Aquel que se encuentra afanado y desesperado. Gracias por la fe y la esperanza que nos enseña tu palabra, la cual alumbra nuestro entendimiento. Amén.