Señor, estamos en momentos difíciles para el mundo. Como tu iglesia, vemos a los gobernantes de los países desarrollados, buscando detener los efectos del fenómeno que enferma. Han muerto miles de personas tratadas con los métodos científicos en estos días. Los gobiernos buscan fondos y métodos que cambien el fenómeno natural que todos los humanos enfrentaremos.

Sin embargo, la iglesia verdadera está orando con fe, para entender lo que el Señor Jesucristo enseñó: “…Padre nuestro que estás en los cielos, Santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, más líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén” (Mt. 6:9-13).

         La comunión y la oración nos sostienen, porque en su palabra dice que si le amamos, lo que está sucediendo será para bien y con fe esperamos su voluntad. Jesús ha dicho: “en el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo” y: “el mundo pasa y sus deseos, pero el que hace mi voluntad, vive y permanece para siempre”. La palabra, ese pan espiritual de cada día, nos da el conocimiento y el entendimiento de la vida temporal. Ya que este mundo está bajo el maligno, matando, robando y destruyendo.

Pero los que hemos oído, creído y muerto a este mundo y sus placeres, somos nuevas criaturas para hacer la voluntad de nuestro Dios en la tierra. Anunciando el evangelio que nos da de su Espíritu, para llevar las buenas noticias que transmiten paz, salvación y vida eterna. Entendiendo que la vida en el mundo es fugaz, por eso David nos dice: “El hombre, como la hierba son sus días; Florece como la flor del campo, Que pasó el viento por ella, y pereció, Y su lugar no la conocerá más. Mas la misericordia de Jehová es desde la eternidad y hasta la eternidad sobre los que le temen…” (Sal. 103:15-17).

         Por el temor a la muerte, los gobernantes cambiaron el sistema educativo, de presencial a virtual. Ayudándonos a entender que los niños, adolescentes y jóvenes, se preparan para competir en esa búsqueda de gloria, fama y amor al dinero, que es la raíz de todos los males. Ignorando el amor de Dios, quien dio a su Hijo, para que todo aquel que en él crea, no se pierda mas tenga vida eterna. La iglesia tiene en este cambio, la oportunidad de meditar o reflexionar en familia y en el hogar. Y enseñar a los hijos y los nietos, el conocimiento de la verdad que da la libertad del pecado y del diablo. Quien engañó a los ángeles en el cielo, y a Adán y Eva, en el huerto, con la ciencia del bien y del mal, haciéndoles creer que serían como Dios.

Por ello, en la palabra encontramos lo siguiente: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos” (Os. 4:6). El apóstol Pablo también nos recomienda: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Fil. 2:3-4).

El Señor Jesucristo nos dice: “aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón”. ¿Estamos enseñando esto en casa? Si hemos muerto y nacido de nuevo, debemos llenarnos del Espíritu Santo para amar a Dios, quien envió a su Hijo para enseñarnos el camino, la verdad, y la vida. No olvidando que el alma que no es recta, se enorgullece; mas el justo por la fe vivirá. Con fe vencemos al mundo y con fe agradamos a Dios. La fe viene, oyendo y entendiendo la palabra escuchada en la congregación. Y se acrecienta, estudiando la palabra en casa como familia, para que podamos anunciar que tenemos salvación y vida eterna. Esta verdad nos hace tener paz en medio del mundo que ignora a Dios, quien nos dice: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn. 14:27).

Recordemos y creamos en la promesa de la resurrección y de una herencia incorruptible reservada en los cielos, ya que somos guardados por la fe, para la salvación que será manifestada en el tiempo postrero (léase 1 Pedro 1: 4-5). Gracias a Dios por lo que estamos entendiendo. Esta pandemia, y todos los cambios que ha implicado, es parte de las señales del fin. Por ello, necesitamos velar y orar; teniendo nuestras lámparas encendidas para esperar al Señor. Ya que muchos tropezaron como Pedro, que no entendió que el Señor tenía que morir. Y Jesús lo reprendió, diciendo: quítate Satanás, porque pones la mira en las cosas terrenales; siendo más importantes las que no se ven.

Hay muchos falsos profetas que engañan a multitudes con fábulas, enseñanzas y mensajes que no transmiten poder para cambiar el espíritu mundano y carnal. Pero Dios nos dice a los que hemos muerto al mundo, que Cristo vendrá. Y los que murieron, creyendo en la palabra de Dios, resucitarán. Y los que hayamos quedado, seremos transformados en un abrir y cerrar de ojos. Hermano, que nada ni nadie nos separe del amor de Cristo. Guardemos sus mandamientos y temamos al juicio de Dios, quien pagará conforme a las obras de amor que realicemos como hijos de Dios. Amando y sirviendo a nuestro prójimo, enseñando con la doctrina y nuestra vida, que hay perdón, salvación y vida eterna. Amén.