Sin el conocimiento de Dios, la vida es nuestra permanencia en el mundo, desde el nacimiento hasta la muerte física e intelectual. La vida se rige en base a la moral y ética recibida en el hogar, ampliándose con los educadores, hasta morir, entendiendo que esto es un periodo corto. Los que no han conocido a Dios, buscan la satisfacción de la carne, de la vista y obtener las glorias vanas que este mundo ofrece; y por ello, tienen temor a la muerte. Pero un hijo de Dios tiene el conocimiento de que la desobediencia de Adán y Eva dio origen a la muerte, al comer del árbol de la ciencia del bien y del mal; perdiendo así la comunión y bendición que Dios proveyó (léase Génesis 3:17).

La vida espiritual es un don divino al que muere a la carne y se ocupa del Espíritu; recibiendo así, vida y paz, más la vida eterna al creer en Jesucristo que tiene la luz para los creyentes, y quien como buen pastor, su vida da por sus ovejas (léase Juan 10:11). Por ello Saulo, el perseguidor de los cristianos, al morir al mun¬do dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá. 2:20).

Jesús anunciando su muerte dijo: “…si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (Jn. 12:24-25). Esto nos recuerda al que nos dice: “…el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separa¬dos de mí nada podéis hacer” (Jn. 15:5). Ese fruto lo puede dar el que ha muerto al mundo y Dios le ha hecho una nueva criatura, para amar y servir a los necesitados de conocer la verdad que nos hace libres de la carne. Si permanecemos en Dios y él en nosotros, tendremos una vida nueva, esperando el día del juicio que nos permitirá ver su gloria, si sufrimos y morimos como él nos enseñó, para resucitar, si hicimos su voluntad en este mundo.

Pablo habla a Timoteo sobre el peligro del amor al dinero y la ciencia, leamos: “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición…” (1 Ti. 6:9). Y al final de ese capítulo le dice: “…guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláti¬cas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsa¬mente llamada ciencia, la cual profesando algunos, se desviaron de la fe” (V. 20-21). ¡Qué sabiduría la del siervo de Dios! Porque nuestra fe se afecta con la ciencia que se acrecienta como señal del fin, confir¬mando la profecía de Daniel, que dice: “Los entendi¬dos resplandecerán como el resplandor del firma¬mento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad (…) Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia se aumen¬tará” (Dn. 12:3-4). Corramos con paciencia, pues¬tos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe.

Reflexionemos

“Os he escrito a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis ven¬cido al maligno” (1 Jn. 2:14). ¿Será esta la realidad en nuestras familias? Nuestro Señor Jesucristo nos dio el mandamiento para amarnos y nos dice: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Jn. 15:13). ¿Es así en su camino? Dios nos declara dichosos, si no estamos con los malos ni caminamos con los pecadores, sino que nos deleitamos en su ley y meditamos en ella de día y de noche, para fructificar y prosperar en lo que hagamos. El amor de Dios para nosotros es dar a los necesita¬dos, para que el Señor vea cómo hacemos su obra. Una bienaventuranza más al llenarnos de su Espíritu, para andar en sus caminos de paz, amor y fe, es esta: “Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuer¬zas, en cuyo corazón están tus caminos” (Sal. 84:5).

¿Qué buscar como hijos y como pueblo?

“Mejor es adquirir sabiduría que oro precia¬do; y adquirir inteligencia vale más que la plata (o los dólares). El camino de los rectos se aparta del mal; su vida guarda el que guarda su camino” (Pr. 16:16-17). No olvidemos instruir al niño en su camino, para que cuando sea viejo no se aparte de los caminos de Dios (léase Proverbios 22:6). Y recordemos la reprensión de Dios al pueblo de Israel por su infidelidad, leamos: “…vosotros os habéis apartado del camino; habéis hecho tropezar a muchos en la ley, habéis corrompido el pacto de Leví (…) Por tanto, yo también os he hecho viles y bajos ante todo el pueblo, así como vosotros no habéis guardado mis caminos…” (Mal. 2:8-9).

Vivamos la palabra muriendo a este mundo, y esperando el descanso o la transformación del cuerpo para ver la gloria y la vida eterna. Amén