Hay muchas maneras materiales y sentimentales, mediante las cuales puede alguien manifestar su amor o supuesto amor hacia alguien. Y es que el ser humano como tal es tan complejo que, difícilmente, por su falta de Espíritu y presencia de Dios puede distinguir entre el amor superficial y el amor verdadero. Es así como tal vez, llenos de amor a un hijo, familiar, amigo, compañero: lo sentimos, lo vivimos, incluso lo gozamos; entregando valores y hasta bienes tangibles e intangibles muy apreciados, siendo aun parte de nuestra misma vida. Vivimos momentos felices que son muy importantes y que son parte de la vida. Pero todo esto pertenece al amor “Fileo” del griego “Phylos”, o amor fraterno, el cual es bueno, pero temporal. Ya que pertenece a un presente, el cual en sí, no trasciende a lo eterno y al momento de partir de este mundo, quedará sólo como un recuerdo a los que se quedan.

De igual manera el amor “Eros”, que envuelto en el encanto de la atracción al sexo opuesto, captura a dos seres en una situación de embelesamiento mutuo, lo cual les hace sentirse anímica y emocionalmente muy bien. Pero volvemos al punto anterior y es que: esta vivencia es superflua y se modifica con el tiempo y las circunstancias, al extremo de que hasta las parejas más unidas, terminan muchas veces como verdaderos enemigos. Según la palabra, aun el matrimonio es circunstancial: “…Jesús, les dijo: Los hijos de este siglo se casan, y se dan en casamiento; mas los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan, ni se dan en casamiento. Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios…” (Lc. 20:34-36). Dicho sea de paso, esto vota por completo las tendencias doctrinales de algunas sectas que hablan de los matrimonios para la eternidad.

Se define también un amor “Storge”, el cual es un amor de compromiso, ligado a lo que es un afecto natural y del cual no podemos desligarnos. Tal el caso del círculo más cercano, como padres e hijos como un amor familiar, en el cual es posible vivir muchas experiencias extraordinarias. Pero al igual que las anteriores, es temporal y casi impuesto por la vida y circunstancias fortuitas, lo cual lo hace débil.

Luego del conocimiento anterior, quiero referirme al amor genuino, perfecto, sublime, eterno, consistente, incondicional, etc., que es el amor “Agape”, el cual es el amor más grande y representativo de la esencia de Dios mismo, porque: “…Dios es amor” (1 Jn. 4:8). Y cuál es su principio: que es sacrificial. Ya que nosotros le despreciamos, siendo criaturas e hijos suyos nos apartamos a nuestra propia opinión, por eso dicen las Escrituras: “Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:6-8).

En esto podemos enfocar la esencia más gloriosa de este amor, la cual es manifiesta mediante la expresión del PERDON ABSOLUTO, lo cual significa olvidar mediante un nuevo pacto en amor sacrificial, todos nuestros pecados, leamos: “Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Col. 2:13-15).

Entonces: “Amar es perdonar”. Aquí viene la prueba más difícil para el hombre y es también pasar por alto los pecados y ofensas de los otros hombres, leamos: “Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas” (Mr. 11:26). ¿Entonces, a quién tendré que perdonar? Pues, claro, al que me ofendió. Es más, no esperes que él te busque. Jesús nos mostró una vereda más estrecha e ilógica para el razonamiento humano y es que tú ¡sí, tú! como ofendido o lastimado, busques al ofensor para buscar la armonía: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, y reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino…” (Mt. 5:23-25).

Mi amado hermano, tú puedes ser alguien muy conocedor de la letra, o un diligente servidor en las diferentes áreas de la iglesia, pero: si no perdonas, no amas; y si no amas, nunca has conocido a Dios; y si no conoces a Dios, no hablemos de eternidad con él. Qué más da una humillación o un momento bochornoso o difícil, si con esto dentro de nosotros mismos, queda paz por la manifestación del Espíritu mismo del Dios Altísimo, quien mediante su ejemplo vivo de una muerte singular, presentó el sacrificio perfecto en amor mediante el perdón. Y recuerda que: “…ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados” (1 P. 4:8). Sigamos adelante. Y por fe y con ánimo, llegaremos a la meta del supremo llamamiento. Así sea. Amén y Amén.