La salvación la reveló Isaías: “Yo Jehová te he llamado en justicia, y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones” (Is. 42:6). Será: “…Luz para revelación a los gentiles, Y gloria de tu pueblo Israel” (Lc. 2:32). Función perdida por Israel y que permite la apertura a los gentiles, al conocer al Hijo de Dios, mediante su iglesia con la manifestación del Espíritu Santo. Ahora se incluye a israelitas y gentiles como un solo pueblo, usando la doctrina dada a los apóstoles; siendo el propósito anunciar las buenas nuevas del reino y su justicia. Por medio del Espíritu, debemos ser la sal de la tierra y la luz en las tinieblas, dejando los deseos de la carne, de los ojos y las vanas glorias. Todo esto sirve como engaño de Satanás, quien mata, roba y destruye, desviándonos de la verdad que da libertad de los afanes que fatigan, requiriendo paliativos mediante fiestas o con estimulantes que llevan a la enajenación del ánimo, bebiendo licor o consumiendo barbitúricos.

El Señor nos dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt. 11:28-29). “Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo; asidos de la palabra…” (Fil. 2:14-16).

El engaño lo recibió Eva en el Edén, creyendo que serían como Dios al saber el bien y el mal. El profeta Daniel nos dice: “…cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia se aumentará” (Dn. 12:4). Somos testigos que los graduados, corren buscando ocuparse y no encuentran, perdidos en la vana gloria de su graduación. La palabra dice: “He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá” (Hab. 2:4).  Pero hay bendición para el que confía y vive la palabra que nos dice: al que ama a Dios todo obra para bien. Leamos: “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (Ro. 1:17).

Como otra señal del fin: “Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará” (Mt. 24:11-12). ¿Qué pasa en el mundo? ¿Qué  le sucede al país? ¿Cómo están los hogares? Hay pobreza, desnutrición, delincuencia, la justicia es lenta y cuestionada, violencia en la calle, en los buses, en los vehículos; y muchas familias emigran ante la falta de seguridad.

Y qué pensar de las iglesias que predican sin entender que el amor al dinero es la raíz de todos los males; del amor al mundo, ignorando que el mundo pasa y sus deseos. Cristo nos invita a seguir negándonos, a llevar nuestra cruz, a presentar nuestro cuerpo en sacrificio vivo y santo. Nos pide que no nos conformemos al mundo. Para vivir la palabra necesitamos morir y en humildad, rogar al Señor el perdón por nuestras acciones carnales y mundanas. Quizá Dios nos permita, al oír nuestro ruego y súplica de perdón, recibir el nuevo nacimiento y una nueva vida que ahora será basada en el amor a Dios y al prójimo. Esto lo logramos pidiendo la bendición de la unción espiritual que nos permita continuar en la obra de Dios, para llevar el testimonio y la palabra que buscamos cada día para crecer en fe, esperanza y amor; poniendo nuestra mirada en él, quien nos dice: “…puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (He. 12:2). Encontrándose en  peligro el amor, la palabra nos dice: “El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos” (1 Jn. 2:10-11).

Ante lo que la palabra nos dice y frente a una generación maligna y perversa, vale reflexionar cómo se vive y se predica el evangelio. Donde se está  reuniendo: ¿hay nuevos miembros que buscan ser parte de la iglesia, consientes del nuevo nacimiento y llenura del Espíritu Santo para servir las mesas? En su familia ¿cómo están los niños, hacia dónde los guiamos? ¿A buscar al Dios que nos ha tomado como hijos y como pueblo, peleando la batalla de la fe? No olvidemos: “Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado” (1 Jn. 3:24). Salomón nos dice en Eclesiastés que el fin de todo su discurso es temer a Dios y guardar sus mandamientos. Señor ayúdanos para alumbrar en las tinieblas. Amén.