“¿Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré, y no oirás; y daré voces a ti a causa de la violencia, y no salvarás? ¿Por qué me haces ver iniquidad, y haces que vea molestia? Destrucción y violencia están delante de mí, y pleito y contienda se levantan. Por lo cual la ley, es debilitada, y el juicio no sale según la verdad; por cuanto el impío asedia al justo, por eso sale torcida la justicia” (Hab. 1:2-4). La respuesta de Jehová es esta: “He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá” (Hab. 2:4). ¿Cómo estamos en estos días, en cuanto a la violencia, la iniquidad y el juicio?

El hombre sin Dios se afana, no busca ni conoce a Dios y su justicia. Habacuc profetiza: “…Los pueblos, pues, trabajarán para el fuego, y las naciones se fatigarán en vano” (V. 13). El pueblo de Dios lo forma la iglesia, constituida por los que hemos oído y creído en la palabra, para tener la fe que agrada a Dios y vence al mundo.     Dios nos dice: “…el conocimiento del Santísimo es la inteligencia” (Pr. 9:10).  “…y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn. 8:32). Oseas dice: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos” (Os.  4:6).

Para no perdernos del camino que nos lleva al Padre, escudriñemos las Escrituras, para tener la esperanza de la vida eterna. El evangelio nos declara que la venida del Hijo del Hombre, será como en los días de Noé, estarán comiendo, bebiendo, casándose y dándose en casamiento.  Leamos: “Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis. ¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su casa para que les dé el  alimento a su tiempo? Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, lo halle haciendo así” (Mt. 24:44-46).

Si usted es fiel a Dios debe tomar tiempo para instruir en casa a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Sin la palabra y sin el Espíritu de Dios, nuestros hijos serán como los de Babilonia que humillaron a Judá y serán orgullosos del conocimiento de la ciencia que hace bien y mal, la cual los hace sentir como dioses. Entendamos la advertencia dada por el apóstol Pablo: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo (…) que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias…” (2 Ti. 4:1-3). Qué verdad tan clara. Hoy tenemos muchas congregaciones, pero los frutos no son de santidad. Y no olvidemos que sin santidad, nadie verá al Señor.

 

Eliminemos el orgullo y enseñemos la humildad

“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:5-8). Esto ocurre cuando estando en el mundo con glorias vanas, Dios nos mueve a la humillación, muriendo al mundo y a la carne, para iniciar la nueva vida con la llenura del Espíritu para ser hijos, herederos y coherederos con Cristo; siendo parte de la nueva vida las tribulaciones y los padecimientos. Este es el camino para ver la gloria de Dios.

El Señor dice a su iglesia: “Apacentad la grey de Dios (…) Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria. Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Humillados, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo…” (1 P. 5:2-6). Si entendemos el ejemplo dado por el Señor, y ungidos con su Espíritu lo imitamos, tendremos paz y descanso en nuestra alma. Leamos: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mt. 11:29-30).

Habacuc termina la enseñanza y finaliza su oración así: “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza, el cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar” (Hab. 3:17-19). Gracias Señor por tu palabra dada a tu iglesia, por la fortaleza y por la sabiduría para hacer tu obra en medio de esta generación maligna y perversa. Tú nos has sacado de ella para amarte y servirte en estos días en que la ciencia aumenta, el amor se enfría y la fe escasea.

Señor, sin ti nada somos y nada podemos hacer. Por ello, necesitamos de tu Espíritu Santo para que nos renueve y limpie nuestro corazón cada día. Amén.