“Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le AGRADA” (Jn. 8:29). Si hay algo que puede generar en nuestro corazón estabilidad emocional y espiritual, es tener la confianza y seguridad que Dios, ese ser espiritual e invisible y todopoderoso -en quien creemos de todo corazón-, está AGRADADO o COMPLACIDO con nuestra vida. Es sentirse cobijado bajo su poderosa mano. Pero este sentimiento no es el producto de la imaginación, sino la certeza que produce que mi diario vivir está enmarcado dentro de su voluntad PERMISIVA Y ADMITIVA.

Es el resultado de poner por obra sus mandamientos, estatutos, preceptos, leyes, etc., que están escritas no en tablas de piedra ni en páginas de libros (Biblia), sino que el Espíritu Santo de Dios ha escrito en mi corazón. Ellas instruyen a mi alma para hacer el bien. Se  sobreponen a los pensamientos de mi perverso corazón, manipulado muchas veces por Satanás, quien trata de empujarme al pecado y a la perversión. Esto desata una guerra intestina y tremenda. Y la victoria será de aquel al que escucho: a mi corazón contaminado y que influye poderosamente sobre mi mente o al Espíritu Santo que me lleva con su poder a hacer lo que a Dios le agrada.

Cantamos con mucha convicción aquella alabanza que dice: “En mi alma una guerra furiosa cautivaba mi ser en dolor, hubo campos de lucha en mi mente…” Sí, mi querido hermano, estas palabras son una gran verdad cotidiana, que se desarrollan en cualquier momento o circunstancia de nuestra vida. El escenario puede ser en el hogar, en la calle, dentro de un bus, en el trabajo, en tu vecindario, con tu mejor amigo o amiga, con tu jefe, con tu hermano, en fin, puede ser con cualquier persona cercana y no cercana a ti.

Ese pensamiento se filtra en tu mente y corazón silenciosamente. Y cual bacteria espiritual e invisible, contamina tus pensamientos y enferma el alma. Y así comienza un capitulo en tu vida, en el cual, si el Espíritu Santo no toma el control de tus pensamientos y acciones, terminará generando un tremendo daño en ti y también en las personas que pertenecen a tu círculo social más íntimo. ¿Cómo puedo afirmar? Con plena convicción, como dijo el Señor Jesús: “El Padre conmigo está, no me ha dejado solo”. La respuesta es sencilla, se fundamenta en la obediencia absoluta a la voluntad de Dios.

¿Qué le agrada a Dios?

Bueno, creo que todo parte de la última afirmación: obediencia a Dios. Maravillosa virtud que debe caracterizar a todo aquel que se llame cristiano. Fue el distintivo de mi Salvador Jesucristo. Era su principal punto de apoyo para asegurarse de que el poder de Dios estaba a su favor. Por lo tanto, debe constituirse en un objetivo básico en mi vida espiritual, esforzarme en agradar a Dios en todo. No buscando el agrado de los hombres ni pretender caerles bien a ellos por causa del evangelio.

Mi principal objetivo será AGRADAR A DIOS, aunque muchas veces eso implique desagradar a los hombres, leamos: “…sino que según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones” (1 Ts. 2:4). Ninguno de nosotros hemos nacido conociendo los caminos de Dios. Y si alguien nació dentro de un hogar cristiano, tampoco esto garantiza que su vida será agradable a los ojos de Dios. No hermano, tienes que aprender tú mismo. Dicen que la experiencia entra por la piel y es verdad.

Lo que tú vives y aprendes a través de esa vivencia nunca se olvidará. Es la práctica lo que fija en nuestra mente y corazón los resultados de la experiencia. Además de esto tienes maestros y pastores, que son tus guías espirituales. El ejemplo de ellos te da la base para imitarlos, leamos: “Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús, que de la manera que aprendisteis de nosotros cómo os conviene CONDUCIROS y AGRADAR A DIOS así abundéis más y más” (1 Ts. 4:1).

         Nuestra obligación como hijos de Dios y como cristianos, debe ser una conducta o comportamiento alineado a la voluntad de Dios. Esto identifica nuestro carácter en nuestra manera de vivir. Y va dejando grabado en la mente de las personas que nos conocen, la clase de individuo o cristiano que soy. No es la simple asistencia a la iglesia. Es mi testimonio leído por los ojos de todas las personas que me rodean, lo que va moldeando el criterio que los demás tengan de mí. Y si tú lees cuidadosamente el versículo anterior, nos exhorta a que andemos abundantemente en este proceder.

También el apóstol nos anima a que agrademos a Dios, mediante la bondad, la generosidad y el desprendimiento de nuestros bienes, pues esto complace el corazón de Dios, leamos: “Y de hacer el bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios” (He. 13:16).

Y por último, el ser agradables a Dios conlleva bendiciones gigantescas y extraordinarias, como es la seguridad de la vida eterna, leamos: “Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber AGRADADO A DIOS” (He. 11:5). ¡Aleluya!

Nosotros esperamos el rapto de la iglesia, acontecimiento inminente. Pero ¿quiénes son los que serán arrebatados? Son los que mediante el poder salvífico de la sangre de Cristo y  el poder de su Santo Espíritu, sean hallados haciendo la obra de Dios en tiempo y fuera de tiempo. Despierta mi querido hermano, la trompeta está sonando y la noche está avanzada. Esfuérzate en la gracia del Señor para alcanzar testimonio de agradar a Dios en todo. Que Dios nos fortalezca y nos sostenga firmes en hacer el bien. Amén.