Desde que el hombre renunció a la sabia ministración de su creador, se formó en su mente y en su corazón, un sentimiento de autosuficiencia; tomando para ese efecto sus propias decisiones. Nunca se imaginó que las mismas le llevarían al fracaso total en el intento de sobrevivir, en competencia con la verdadera sabiduría. Pero insiste a pesar de sus fatales fracasos. Y proseguirá hasta la destrucción total de su entorno, incluyendo su propia humanidad. “Pobre hombre” que lo único que tiene es una soberbia obsesiva y una enajenada imaginación que lo margina y aísla de toda sabiduría e inteligencia divina y perfecta: “Profesando ser sabios, se hicieron necios” (Ro. 1:22).

Ya sin esperanza ni posibilidad de cambio, Dios desde lo alto mira a su fracasada criatura y surge, en amor, el acto más maravilloso de piedad que es la “bendita misericordia”, que en adelante sería la única salida ante el error e insensatez humana, que lo llevará a la muerte misma. DIOS ES LA SABIDURIA Y LA INTELIGENCIA: “El temor de Jehová es el principio de la sabiduría, Y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia” (Pr. 9:10). “Y dijo al hombre: He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, Y el apartarse del mal, la inteligencia” (Job 28:28). Y dicen también las Escrituras: “Y otra vez: El Señor conoce los pensamientos de los sabios, que son vanos (o inútiles)(1 Co. 3:20).

En la sabiduría divina se inicia un maravilloso plan: que es inicialmente, tomar un pueblo para él. Y los trata de educar en cuanto a la sabiduría perfecta, que son las leyes y principios plasmados en los diez mandamientos. Y para que quedaran gravados, como toda ley, se afirma por medio de la fuerza. Ya que la ley por sí misma, conlleva castigo y condena. Y en esta actitud, creará también enojo, hasta ira. Pero esto era sólo parte temporal del plan, el cual crearía únicamente las bases, mediante un conocimiento. Pero vendría algo mejor, algo perfecto y esto es el Espíritu de Jesucristo, el cual confirma en él, la ley; viviéndola voluntariamente y mostrándose como un ejemplo vivo, digno de ser imitado.

Jesucristo vino, no a hacer su voluntad, sino la del Padre, que es el cumplimiento de la perfecta ley. Y en amor, resume toda la ley y los profetas, en dos mandamientos. Primero: “…Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente (…) Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22:36-40). Lo especial de esto, es que ahora ya no es sólo un pueblo -sino toda la humanidad-, la que en este espíritu de amor perfecto es alcanzada para perfección y salvación, leamos: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn. 1:11-13).

Quiero hacer resaltar aquí un milagro espiritual y sobrenatural. Y es: que tenemos que morir primero a nuestros razonamientos de sabiduría humana; y ya muertos, recibir un nuevo nacimiento, el cual ya es de un valor y decisión divina, fuera del alcance de ninguna religión ni dogmatismo carnal. Leamos: “Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3). Entonces, cuando yo adquiero mi nuevo nacimiento: pienso diferente, amo diferente, actúo diferente, con metas fuera del materialismo. Aprendo a respetar a Dios en su plenitud y entro en el espíritu de la sabiduría. Y entonces, dejo de vivir dentro de las imposiciones de la ley fría y ahora yo mismo desde mi interior, quiero y busco hacer la voluntad de Dios. Y entonces: “A mayor sabiduría menor fuerza”. La sabiduría misma va dictando mi conducta personal y mi conducta dentro de la comunidad. Y actúo como Cristo actuó y obedezco los mandamientos, los cuales ya no son gravosos, sino encuentro en ellos una razón, un beneficio, una esperanza, y soy feliz cumpliendo todo aquello que es de beneficio a todos.

Cuando el Espíritu de Cristo empieza a gobernar sabiamente nuestra vida, nuestras obras o frutos habrán de determinar la realidad de un cambio. Somos entonces, personas más libres, más felices, más naturales y espontáneas, más ordenadas; menos inquietas, sin temores; llenas de paz, mansedumbre, templanza, dominio personal; muy creativos, perdonadores, amadores de las almas, dóciles, amables, en fin, todas las virtudes plasmadas en aquel ser sobrenatural llamado Jesucristo. No necesitamos regaños ni gritos, mucho menos castigos. Y entendemos y discernimos cosas que no cualquiera puede asimilar en una mente natural, porque ahora tenemos: “La mente de Cristo”. ¡Gloria a Dios!

Amado amigo y hermano en Cristo, si ya has nacido de nuevo, el enfoque de tu vida será siempre lleno de ánimo, fe y positivismo. Ya no necesitas imposición de ninguna especie, porque: “Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder, En la hermosura de la santidad…” (Sal. 110:3). Aquí estamos como felices voluntarios. No nos sentimos utilizados, sino útiles para toda buena obra. Sirvamos a todos los hombres, prediquemos a las almas, sin ánimo de reconocimientos humanos ni intereses mezquinos, sin discriminación alguna. Adquiramos más sabiduría, más inteligencia y tendremos entonces que aplicar menos esfuerzo humano, el cual a la larga, fatiga. Que nuestro buen Dios nos haga nacer a esta nueva forma de vida. Así sea. Amén y Amén.